martes, 19 de septiembre de 2006

Ladrillos

La primera vez había sido un grave error. Ese imbécil realmente le había hecho creer que la quería. Pero todo se torció cuando se quedó embarazada y él se largó. Así que no había tenido otra opción que esa. Sin embargo, esta vez había sido un descuido. Imperdonable, eso sí, pero un descuido al fin y al cabo. No podía culpar a nadie más que a ella misma. Las circunstancias que la habían conducido a esto eran distintas, pero la solución al problema, tanto ayer como ahora, la tenía que afrontar ella sola. Estas cosas no cambian, reflexionó mientras descendía por la empinada escalera del sótano, apoyándose en la barandilla y entre espasmos de dolor por las ya cada vez más frecuentes contracciones.

Durante las últimas semanas lo había preparado todo. La cama seguía ahí desde la última vez. Disponía de toallas limpias, agua caliente, tijeras, gasas, etc. Así como de ladrillos macizos, cemento de secado rápido, arena y agua para la mezcla, una paleta y una plomada.

Quizás a algún vecino le pareció oír el sonido, amortiguado por las muchas paredes y puertas cerradas, del llanto de un bebé. Pero fue tan débil y tan breve que a los pocos segundos pensó que se habría confundido. Horas después lo había borrado por completo de su mente.

Era una mujer fuerte que siempre había tenido las cosas muy claras. Un tercer hijo me complicaría demasiado la vida –se convenció a sí misma mientras colocaba un ladrillo sobre otro, añadía otra capa de cemento y colocaba un nuevo ladrillo sobre el cada vez más alto tabique junto a la pared. Esa otra pared que, inspirada en un cuento de Edgar Alan Poe, había levantado dos años antes y del mismo modo que ahora, a escasos veinte centímetros de la pared principal. Lo justo para ocultar de las miradas entrometidas un pequeño cuerpo al que se le había aplicado un aborto post parto.


Y es que en algunas -muy pocas- ocasiones, la ficción supera a la realidad.

1 comentario:

Rain (Virginia M.T.) dijo...

Hechos como éstos hacen ver la naturaleza humana en sus extremos más despiadados.

Aquí, no puede decirse que la mujer era dueña de su cuerpo y podía decidir. Aquí, les quitó la vida, los dejó nacer y...

Es muy duro,
duele.