martes, 25 de diciembre de 2007

Camino Lleida

La carretera pasa al sur de Montserrat, que se perfila caprichosa y arrogante en el horizonte, antes de entrar en los magníficos bosques de pinos del Bruc, sorteando con curvas y desniveles un terreno que se nos ofrece cada vez más abrupto. Al final, el túnel parece que separe dos mundos, pues al otro lado los bosques van dejando paso a una tierra ondulada, moldeada por el viento y el frío, quemada del sol y las heladas y tapizada por una hierba rala y reseca que se despliega ante nuestra mirada como una moqueta gastada y sucia.

Los silencios junto a mi padre en el coche, camino Lleida, se hacen más prolongados a partir de La Panadella, como si la aridez de la tierra nos secara las palabras antes de ser pronunciadas. Me entretengo mirando por la ventanilla, intentando encontrar adjetivos que revelen lo que ven mis ojos. Tengo a Pla en mente y envidio la precisión con que acompaña al sustantivo. El viaje fue el domingo por la mañana, y desde entonces que estoy reposando las palabras, con la absurda esperanza de que al macerar las imágenes que todavía conservo en la retina, el tiempo sea un alambique que destile esos adjetivos que me faltan.

Conmueve la austeridad de la tierra. Es una tierra parda manchada de ocres y grises, tosca y endurecida. Junto a la carretera, los muros de piedra áspera forman terrazas irregulares; algunas chozas sin techumbre y unos pocos almendros levantando sus ramas peladas al cielo, como garras pidiendo clemencia, nos hablan de un tiempo no muy lejano en el que algún hombre se dejó la vida en esta tierra, intentando arrancarle algo para comer. Al fondo, algún bosquecillo de encinas desnudas se nos aparece como escobas de retama plantadas del revés.

Cuando en el litoral luce el sol y el aire tiene la dureza del cristal, la niebla se esconde en la Segarra. Despacio pero sin pausa nos ha difuminado los contornos hasta borrarnos el paisaje. En pocos segundos nos hemos encontrado dentro de una masa uniforme, densa y espesa, de tonalidades grises sin aristas, sin principios ni finales, sin puntos de referencia. Más allá de los cuarenta metros lo que se veía era la nada, el vacío lleno de esa niebla que se helará en las madrugadas de invierno para quemar con su aliento todos aquellos brotes que se aventuren a asomarse demasiado temprano a la vida. El sol, que hasta ese momento cincelaba las sombras en el suelo y endurecía los contornos, ha desaparecido por completo. Imposible saber bajo esa frazada en qué lugar lucía. No era la oscuridad sino la luz que no alumbra. No era la sombra sino el mundo sin orillas. Ya no había chozas sin techumbre ni almendros pidiendo clemencia. Todo ha sido barrido para nuestros ojos como la vejez nos barre la memoria. La carretera avanza sin ver por esta tierra de ciegos en la que el tuerto no tendría ventaja para ser rey.

Y como si fuera su patrimonio, al dejar la comarca atrás, atrás se ha quedado la niebla para devolvernos la mirada. Frente a nosotros, un cielo de porcelana azul con algunos jirones, como si ese dios al que celebramos hubiera estado cardando nubes.

sábado, 22 de diciembre de 2007

Villancico

Soy bastante culo veo culo deseo, y como en el café han puesto un villancico, pues he pensado que yo no podía ser menos. Aunque, en realidad, no es exactamente un villancico sino más bien una plegaria. De esa época en la que no hacía falta tener buena voz para cantar bien; tan distinta de la actual, que con buena voz algunos cantan de pena.


(sugerencia de consumo)
Work Me Lord de Janis Joplin en el 69 en Woodstock

viernes, 21 de diciembre de 2007

With a little help from my friends


Para Carlitos.

miércoles, 19 de diciembre de 2007

Pedaleando

Desde hace unos meses que en Barcelona funciona el Bicing, un prometedor sistema público para moverse por la ciudad en bicicleta. La idea es sencilla. Pagas una pequeña cuota anual y puedes coger cualquier bici de las numerosas estaciones que existen repartidas por la ciudad. Por el centro de la ciudad, porque en la mayoría de los barrios, aunque pagamos los mismos impuestos, el sistema brilla por su ausencia. Bien, la cuestión es que coges la bici, recorres el trayecto que sea y la dejas de nuevo en otra estación. Hasta aquí la idea es buena. El problema es que el sistema que gestiona este servicio tiene más fallos que las obras del AVE: Estaciones llenas de bicis a las que no les consta ninguna bici; otras en las que cuando la dejas no se da por enterada, con lo que te expones a una multa considerable; bicis –la mayoría– a las que no les funcionan las luces; la imposibilidad de encontrar una libre en horas punta; el poco respeto por el carril bici que tienen los conductores, transportistas, taxistas y demás, y un largo etcétera que no hace más que desanimar a los usuarios de este servicio, entre los que me encuentro.

De verdad que me parece una buena idea. Por eso espero que se vaya mejorando el servicio, ya que me gusta desplazarme en bici. Me gusta, sí, aunque seguramente no tanto como a ella…

martes, 18 de diciembre de 2007

La Navidad que viene de oriente

Si en algo destacan últimamente los chinos es en su enorme, incluso alarmante, capacidad de mimetismo y copia. Sin embargo, siguen conservando ese grotesco toque kitsch que los identifica y envuelve sin que puedan desprenderse de él. No sólo es lo que producen, pues pueden llegar a copiar el original de manera bastante resultona. Me refiero más bien a cuando mezclan elementos propios y ajenos o cuando tienen libertad para crear, organizar o distribuir. Basta echar un vistazo a cualquiera de los miles de bazares regentados por chinos para comprender a qué me refiero. Ese abigarramiento de miles de objetos dispares, generalmente con presunta función decorativa, que se mueven, centellean o parpadean en sus tiendas es único y exclusivo de ellas; una característica afortunadamente endémica de estos bazares. En un mismo estante de mecano podemos encontrar desde un cenicero-calavera hasta un bonito pisapapeles-bolaluminosa con sonido, pasando por unas pinzas de tender la ropa de vivo color fosforescente (para tender de noche) o unas cajas de cerillas con caracteres chinos para encender unas velas-buda con purpurina y olor a vainilla. Pero el verdadero espanto, el horror ese del que hablaba el coronel Kurtz, es cuando llega la Navidad y atiborran el escaparate de su comercio con todos (repito, todos) y cada uno de los elementos decorativos para estas entrañables fiestas. Renos que cabecean, papanoeles que cantan y ríen ho-ho-ho, tiras de bombillitas chimpúm chimpúm, guirnaldas con villancicos, reyes magos que saludan, abetos dorados plegables, belenes encajados en jarrones y un sinfín de iconografía navideña pasada por el tamiz kitsch chino, convirtiendo ese escaparate en una suerte de feria a la que sólo le falta el perrito piloto y la chochona. Y cuando todo eso sucede, da un resultado tal que así:

La Navidad que viene de oriente

La certeza de las cifras

La certeza de las cifras es inapelable. Es como cuando nos sentimos mal y esperamos la justificación de unas décimas o unos grados de fiebre que nos compensen el malestar. Si uno se siente mal pero sin fiebre, se siente doblemente mal, porque nada puede justificar su estado. La fiebre nos confiere la aureola oficial de enfermo, y eso nos produce una secreta satisfacción.

Algo parecido ocurre en los últimos días en mi casa. Desde siempre que ha hecho un frío del carajo. Una parte del piso, la del dormitorio, está bien aislada y la temperatura es confortable. Sin embargo la otra no. Entre que es bajo tejado y tiene la cocina abierta y el acceso a la terraza, unido a que es un piso viejo, de esa época en la que el concepto aislamiento térmico no existía, pues resulta eso, que hace un frío del carajo. Y antes ya lo sabía. Pero es que ahora lo sé y me lo recuerda constantemente la estación metereológica que me compré, en mala hora. Ahora mismo, en la calle marca 5 grados y una humedad del 93%. Dentro mucho mejor, pero lejos de ser confortable, se queda en poco más de 16 grados y 55% de humedad. Cuando he llegado esta tarde marcaba 12 grados. En la calle caía un fino granizo. Y lo peor de todo es que estas estaciones digitales modernas, han incluido caritas tipo messenger, smileys creo que se llaman. Se pone contenta por encima de los 20 grados, pero la mía siempre está triste, la muy perra; tanto que en un arrebato algún día acabará en el horno. En realidad no me hacía ninguna falta ese grafismo, pues me basta con mirarla a ella encogida en el sofá, con el forro polar y cubierta con una manta para saber que en casa hace frío. O tener los pies como un chuzo, como los tengo ahora, mientras intento escribir con los dedos entumecidos.

En fin, que antes tenía frío y ahora sigo teniéndolo, pero por lo menos tengo la certeza inapelable de las cifras.

Frío del carajo


PD: ¿Dónde puedo comprar un brasero?

lunes, 17 de diciembre de 2007

Elogio del dominguero

Según el diccionario de la RAE, un dominguero es aquel “que acostumbra a componerse y divertirse solamente los domingos o días de fiesta”. Por tanto no es exactamente esa definición la que debo aplicarme. En catalán existen dos términos que se acercan mejor a describir lo que hago: pixapins y camacu. Ambos tienen como objetivo definir, a la par que ofender, al habitante de la gran ciudad que escapa de ella para ir a la montaña o los pueblos, pero sin perder las peculiaridades y la manera de ser y comportarse del urbanita. El pixapins es literalmente un “meapinos”. El camacu es el bobalicón que va mirando con expresión de asombro, diciendo a todo “qué bonito, qué bonito” con marcado acento catalán de Barcelona. En este último grupo me incluyo sin ningún rubor. Pero, qué le voy a hacer si tengo la necesidad de escapar de vez en cuando de la gran ciudad. Escapar, pero con la certeza del regreso.

En esta ocasión, la excusa fue ir a comer a un restaurante en medio de un hayedo en el Montseny. Un hayedo que pasa por ser el más meridional de Europa. Pero sería absurdo desplazarse hasta allí sólo para comer, habiendo tantos y tan buenos restaurante en Barcelona donde, por el mismo precio (pues serán de pueblo, pero no tontos), uno puede ponerse las botas con platos de calidad. De acuerdo que el civet de jabalí bien merecía el viaje pero, insisto, la excusa es ir a comer, pero el verdadero objetivo es abandonar por unas horas el ruido, la contaminación y las incordiantes luces navideñas para dejarse atrapar por el bosque. Caminar rodeado de altivas hayas desnudas de hojas para escuchar el gorgoteo del río entre las piedras, el rumor del viento entre las ramas peladas de los árboles, el chasquido de las ramitas quebrándose bajo los pies y, ahora en invierno, ese peculiar crujido sordo que produce la nieve recién caída al hundirse bajo nuestro peso. Y, cómo no, detenerse de vez en cuando, respirar hondo el aire helado y pensar “qué bonito”.

Atardecer nevado en el Montseny

sábado, 15 de diciembre de 2007

Parecidos razonables (II)

Visto en Pizdaus

A Sunday Afternoon on the Island of La Grande Jatte(1884-86) de Georges Seurat

A Sunday Afternoon on the Island of La Grande Jatte(1884-86) de Georges Seurat

viernes, 14 de diciembre de 2007

Iberia se rompe

Recuerdo todavía con cierta nostalgia esos domingos por la tarde en los que volvíamos a casa en el coche de mi padre, en esa época en que los aires acondicionados eran privilegio exclusivo de sucursales bancarias, hoteles caros y oficinas de fachada acristalada, e inimaginables en un utilitario de fabricación nacional. Es imposible olvidar esos kilométricos atascos en la autovía de Castelldefels, ora un accidente, ora un control policial, con las ventanillas bajadas y el coche caldeado sobre el asfalto humeante en los calurosos atardeceres de finales de primavera, cuando las playas empiezan a poblarse con los primeros homo gambrinus y radiocasetes (otramente llamados loros) a todo volumen lolailolailo, mientras los niños nos dedicábamos a corretear entre las toallas con la aviesa intención de sepultarlas bajo la arena junto con su propietario. Esos pacientes regresos tenían un denominador común, ya no domingo tras domingo, sino coche tras coche, en todos y cada uno de ellos avanzando a velocidad de procesión rociera, se escuchaba el “Carruseeeeeeel deeep’portivooooo” para satisfacción y mayor gloria de nuestras madres.

En este mítico programa radiofónico tardedominguero ibérico, además de anunciarnos el gol de Quini en Las Gaunas o el de Zatrústegui en el Benito Villamarín al frenético ritmo de una cuña en Morse, tenía en su haber un extenso catálogo publicitario que, ya desde mi infancia, me hizo saber que el brandy Soberano era cosa de hombres, que lo mejor era tomarlo fumando un purito Reig, y que para arrollar entre las féminas, lo mejor era la colonia Brummel, o la Varón Dandy si uno se pirraba por la tradición. De forma indirecta, se convirtió en una escuela de hombres masculinos, varoniles y muy machos con mucho pelo en pecho. ¡Como debe ser! Pero las cosas han ido cambiando; con el tiempo y la globalización llegó a esta Iberia nuestra, tierra de bravos machotes, esa indefinición bautizada como metrosexual y todo comenzó a torcerse. Hasta hoy, que el último bastión que fue nuestro querido "Carrusel Deportivo" ha empezado a anunciar cremas antiarrugas para hombres, provocando así el fin de una era y de una especie que siempre supo que el hombre no tenía necesitad de estar guapo, que le bastaba con ser hombre.


(sugerencia de consumo)
anuncio de brandy Soberano de los años 60

Abuelos bajo control

Para un rápido control de la agitación senil

Para un rápido control de la agitación senil.
Vía Katize

miércoles, 12 de diciembre de 2007

Las canas no os sientan tan mal...

(sugerencia de consumo)
Led Zeppelin (revisited), 27 años después de su separación oficial, volvió para tocar en directo. En el vídeo, el clásico Stairway to Heaven en el O2 Arena de Londres, el pasado lunes 11 de diciembre.

lunes, 10 de diciembre de 2007

La chispa adecuada

Se tiene por costumbre hablar de la Humanidad –así en mayúsculas– como un todo homogéneo, y de los avances de esta como un logro colectivo de nuestro ingenio, incluyéndonos a nosotros mismos, de algún modo, como partícipes del progreso alcanzado. Como una especie de orgullo de pertenencia al grupo. Pero la realidad es muy distinta. La realidad es una vasta masa uniforme de limo que se mueve pero no avanza, que sigue la corriente arrastrando y dejándose arrastrar, y en medio de esa caterva una pieza que sobresale, que destaca por encima de los demás porque se mueve con criterio propio, de forma autónoma, creando una nueva corriente tras la cual la masa uniforme se moverá. Estos, los que han cambiado la tendencia, los que han roto el esquema, y no el resto, son los que han hecho avanzar a la Humanidad. Y de estos, desde el primero que usó una piedra como herramienta hasta hoy, ha habido unos pocos miles. Bien, pues a nivel individual ocurre algo análogo.

Aunque todavía no lo parezca, esta parrafada no es más que para introducir con detalle lo imbécil que puedo llegar a ser cuando me lo propongo; veamos por qué.

Desde hace unos tres años y medio que vivo en lo que empiezo a considerar mi casa, un pequeño zulo de una habitación y media con un estudio-salón-comedor-cocina muy apañao. El lavabo –que no baño– tiene una ducha que me permite ducharme siempre que no separe los codos del cuerpo, y cuando me pongo el desodorante tengo que abrir primero la puerta para poder estirar el brazo. Lo bueno –y malo– es que es un ático con una pequeña terraza, cuya vista me permite vivir con cierta engañosa sensación de amplitud. Sigamos. Esta terraza tiene una especie de cerramiento de carpintería de aluminio, feo de cojones pero práctico, con un pequeño tejadillo junto a la pared, también de aluminio. El problema es que este tejadillo, cuando hace mucho viento, vibra con un zumbido que va desde el lamento desesperado hasta el aullido feroz. Y en mi casa suele hacer mucho viento. Y este zumbido-lamento-aullido me ha despertado –a mí y supongo que a algún vecino– muchas madrugadas; anoche sin ir más lejos.

Bien, pues hoy, tras tres años y medio de personal uniforme limo que se mueve pero no avanza, he tenido tres segundos de lucidez. Tres segundos en los que una neurona ha decidido arrastrarse pese al hastío hasta conectar con otra, produciendo la chispa adecuada. Así que he llegado a casa con la intención de resolverlo y con alguna idea en mente. He cogido mi surtida caja de herramientas nuevas y relucientes, y armado con un martillo y dos cuñas de madera he salido a la ululante terraza. Subido a una silla he estado observando la zona crítica, presionando aquí y allá, hasta que he caído en la cuenta de que no era el tejadillo de chapa, sino un cristal mal encajado en su encuadre lo que vibraba con el viento. He colocado las dos cuñas entre el cristal de marras y el marco de aluminio, un par de golpecitos con el martillo y ¡tachán! Ya no zumba. Tres años, seis meses y tres segundos después de comprar el piso, mi terraza ya no zumba durante las noches de ventisca. Y esto, que debería abrumarme de vergüenza, me colma de orgullo, porque con mis tres segundos de lucidez he conseguido un avance… Vale, que a la Humanidad –así en mayúsculas– le trae al pairo, pero para mi pequeña humanidad ha sido algo grande, muy grande.


(sugerencia de consumo)
El tonto Simón (mi alter ego) de Radio Futura

Incendiario

Como un incendio incontrolado avivado por un vendaval, así era Otis Redding sobre el escenario. Puro nervio, fuerza y energía a presión liberada de golpe, brotando a borbotones. Ya había creado un puñado de clásicos del soul y versionado con su personal estilo otras tantas cuando, a los 26 años, este rudo gigante del sur compuso la primera, y a la postre única, canción que llegó al número uno: (Sittin' on) the dock of the bay. Pero un accidente de aviación, hoy hace 40 años, le impidió verla en lo más alto de las listas.

Ya me perdonará, pero a mí, donde esté un Otis Redding, que se quite James Brown. Con todos mis respetos y admiración por el Padrino, eso sí.


(sugerencia de consumo)
Otis Redding versionando el Satisfaction de los Stones

Más sobre el aniversario, aquí

Será el viento

Que dicen enloquece a las personas. Será el continuo y monótono ulular; el ruido de una maceta rodando en alguna terraza; el rugido de una ráfaga irrumpiendo en tromba por el patio de luces. Puede que sea todo eso, no lo sé. Pero la cuestión es que aquí estoy, con el tic tac del reloj enquistado en mi cabeza mientras veo las manecillas avanzar inexorables hacia la hora en que sonará el despertador.

Ojo, de Escher"Eye" (1946) de M.C. Escher

domingo, 9 de diciembre de 2007

Lo que sirve para hacer fiesta

Hace unos días, poco antes de esta orgía festiva que muchos españoles aprovechan para matarse en la carretera, leí una noticia un tanto desalentadora. A la pregunta de qué era la Constitución, en una clase con niños y niñas de 8 y 9 años se recogieron las siguientes respuestas:
"La Constitución es una cosa que se hace puente".
"Es una fiesta de la Iglesia".
"Es lo que se junta con la virgen y hacemos puente".

Como deduzco que estos críos deben tener un conocimiento parecido del significado de la Navidad, y antes de que sus padres –pobres niños– les expliquen cuentos de angelitos con trompetas, mesías proféticos y alumbramientos virginales rodeados de pastorcillos, he creído oportuno que lo mejor es que vayan teniendo claro por lo menos esto. O, dicho de otro modo, que no os creáis nada de lo que os dicen, sobretodo lo de los reyes magos. Todo es cuestionable.


(sugerencia de consumo)
Carl Sagan sobre la necesidad de un dios.

miércoles, 5 de diciembre de 2007

Milagro

En el autobús una mujer está tosiendo. Debe llevar un buen rato, porque la gente empieza a percatarse y se gira hacia ella, con una mezcla entre curiosidad y compasión. Si estuviera en marcha, quizás habría pasado más inadvertida, pero es la parada de origen y todavía faltan unos minutos para salir. El ataque de tos no hace más que acentuarse. Es una tos seca, compulsiva. De ese tipo que cuando uno tose, un picor agudo le sube por la garganta obligándolo a toser de nuevo. Y así una y otra vez. Es una mujer mayor, una anciana ya. Luce una permanente de un color gris violeta cuyos rizos se agitan igual que muelles a cada sacudida. Sentando junto a ella, su marido asiste impasible al ataque con la mirada fija al frente, sin inmutarse.

–Espero que si se muere nos dejen bajar del autobús –dice un tipo joven, sentado dos filas más atrás.
–Coño, espero que no se muera –replica su acompañante, para apostillar acto seguido–. Por lo menos hasta que lleguemos a casa.

Su marido empieza a moverse incómodo en su asiento. Ser el centro de atención de todos los pasajeros le resulta embarazoso.

–No se apuren –acierta a balbucear con voz temblorosa–. Le pasa lo mismo cada vez que se excita, y el conductor le ha recordado a Machín.

Una mujer, sentada unos asientos más adelante, también mayor aunque no tanto, se levanta sujetando el bolso junto a su pecho, y mientras con una mano busca algo en su interior, avanza hacia la anciana del pelo violeta. Se detiene frente a ella y muestra obsequiosa una cajita.

–¿Quiere una pastilla juanola? Van muy bien para estos casos. El otro día, en la consulta del médico, me dio un ataque parecido y menos mal que llevaba las juanolas en el bolso, porque me puse roja como un tomate y pensaba que me iba a ahogar. Siempre que mi hija baja a la farmacia le pido que me suba juanolas, que lo bien que van para la tos. Porque yo tengo mucha tos ¿sabe? Por eso siempre tengo unas juanolas en el bolso…

La cháchara acaba desvaneciéndose entre unas toses cada vez más preocupantes. Si escupiera los pulmones, nadie en el autobús se sorprendería.

–Sí, gracias –se escucha en un hilillo de voz apenas audible.

Segundos después, como por arte de magia, la tos ha desaparecido. El autobús todavía no ha arrancado y la anciana milagrosamente recuperada se levanta para dirigirse hacia el asiento de la amable señora de las juanolas.

–Tengo la necesidad de darle un beso –afirma convencida. Le estampa dos besos y de regreso a su asiento continúa agradeciendo–. Muchas gracias, señora. Muchísimas gracias. Esto es lo que deberíamos hacer siempre todos. Ayudarnos los unos a los otros en los momentos de necesidad. Muchísimas gracias.
–Es que las juanola son milagrosas, ya ve –dice la señora de las susodichas.
–No lo sabe usted bien, lo milagrosas que son –apunta el marido–. Hacía más de siete años que no podía andar, así que ya me dirá.

Y la señora de las juanolas, la boca abierta, mira el interior de su bolso, lo cierra prudentemente con la cremallera y apretándolo con fuerza contra su pecho, clava su mirada desconfiada en ese señor que no sabe si habla en serio o le está tomando el pelo.

lunes, 3 de diciembre de 2007

Otra vuelta de tuerca

Estaba googleando en busca de ahora no recuerdo exactamente qué, pero debido a mi afición algo perversa por la carne, he acabado mirando fotografía erótica. Vaya, lo que todos hacemos y negamos con énfasis cuando nos lo preguntan. Y así navegando entre culos, pechos y entrepiernas más o menos frondosas he tropezado con las fotografías de Michael Lawson. Hace unos días que mostraba por aquí la influencia de Manet en la obra de Nadav Kander, y hoy es Vermeer y los pintores flamencos los que tienen su hueco.

Fotografía de Michael Lawson

Fotografía de Michael Lawson

La pretensión de esta fotografía es imaginar una posible escena, horas después del cuadro "Una joven y dos caballeros" de Johannes Vermeer. En el cuadro se ve cómo los caballeros están dando de beber a la joven, que ya se ve algo contentilla, sin duda con intenciones poco honestas. En la fotografía, la chica sigue todavía bebiendo, pero ya está con el camisón puesto y junto a ella, en el suelo, se puede ver una palmatoria. En el espejo que sujeta con su mano derecha, observamos el rostro del caballero del cuadro que le ofrecía la copa de vino. Junto a la palmatoria, reposa una reproducción de "La alcahueta", del también flamenco, aunque con una gran influencia de Caravaggio, Dirck van Baburen.

Y es que hay que ver lo que se aprende con perversiones inocentes como esta.

'Una joven y dos caballeros'(1660) de Johannes Vermeer

"Una joven y dos caballeros" (1660) de Johannes Vermeer

'La alcahueta'(1622) de Dirck van Baburen

"La alcahueta" (1622) de Dirck van Baburen