viernes, 29 de febrero de 2008

Un café

Siento una especial debilidad por las cafeterías. Si no existieran, sin duda que habría que inventarlas. En particular, me gustan esas viejas cafeterías que un día fueron todo lujo y esplendor exuberante y hoy mantienen ese delicioso encanto de la decadencia bien llevada. Como Sofía Loren, pero con el suelo en damero, espejos manchados por la edad y mesitas de mármol con patas de hierro forjado. Y el aroma del café recién hecho. Por desgracia, aquí en Barcelona tenemos manía a todo lo que huela añejo, y cuando una cafetería empieza a perder lustre, en lugar de bruñir el óxido, la derribamos –rehabilitamos decimos aquí– y la tapizamos de parqué sintético, paneles cromados, focos halógenos y sillones estilo IKEA. O peor todavía, la convertimos en un decorado de cartón piedra que simula un almacén cafetero en Jamaica. En los últimos años, se ha perdido el encanto de locales míticos como el Zurich, el Velòdrom o el Versalles, por citar algunos. Todavía queda alguna, como el Café del Centro, en la calle Girona frente al colegio de farmacéuticos, en la que te recibe una mesa llena de libros que puedes hojear mientras tomas un café, pero son rara avis. Por eso, entre otras razones, me gusta ir a Madrid. Y también por eso, en algún momento de este fin de semana, me acercaré a esta cafetería de Lavapiés a descansar de mis paseos mientras me tomo un café.

Café en Lavapiés

jueves, 28 de febrero de 2008

Buddy

En mi afición por el rock, el blues o el jazz, nunca he tenido demasiado interés por ocupar mi poca memoria coleccionando nombres de baterías célebres. Tan solo, si acaso, terminaba por recordar aquellos que formaron parte de grupos –para mí– míticos, como Ringo de los Beatles, John Bonhan de Led Zeppelin o Nick Mason de Pink Floyd. Si alguien me nombrara a los de Cream, los Creedence o los Stones, seguramente diría “ah sí, claro”, pero la verdad es que ahora no los recuerdo. Sin embargo, de entre todos los baterías, quien marcó mejor el ritmo creo que fue Buddy Miles. Hace tres o cuatro años (quizás más, el tiempo es tan volátil) estuvo actuando con su banda por Barcelona y, pese que estuve a punto de ir a verlo, al final no pudo ser. Me supo mal, porque al fin y al cabo fue quien acompañó a Jimi Hendrix en el concierto de año nuevo de 1970 en el Fillmore East, inmortalizado en el mítico “Band of Gypsys”, que es para muchos –entre los que me incluyo– el mejor disco en directo jamás publicado. Fue tan buen músico, que el mismísimo Hendrix toca en este disco un tema suyo, cantado por el propio Miles. Antes de conocer a Hendrix, estuvo en Electric Flag junto a Mike Bloomfield, y después con Carlos Santana o John McLaughlin. En todas sus colaboraciones supo imprimir, con su envidiable sentido del ritmo, un estilo muy personal, muy funky, fácilmente identificable, potenciando a todos quienes contaron con su talento.

Si entonces me supo mal no haber ido a verlo actuar, hoy mucho más cuando he leído en la prensa que ha fallecido a los sesenta años. Se ha ido uno de los grandes de ese prodigioso final de década de los 60.


(sugerencia de consumo)
Them Changes junto a Hendrix y su Band of Gypsys

La peluquera

Hoy he ido a cortarme el pelo, que ya tocaba. Se me anudaba el flequillo con las pestañas, algo realmente incómodo si uno pretende parpadear de vez en cuando. La peluquería adonde voy desde hace unos años está justo en el afamado gaixample de Barcelona. Empecé a ir cuando trabajaba por allí, y ahora no me queda demasiado lejos, así que le sigo fiel. La llevan un chico que pierde más aceite que un camión de aceitunas y una chica guapísima, de pelo castaño claro, largo y lacio, que es la que me atiende siempre que voy. Tienen, además, un par de becarias que nunca son las mismas y que se encargan de lavar, secar, barrer, abrirte la puerta con una sonrisa que promete más de lo que ofrece y guardarte la chaqueta.

Esta tarde, cuando he llegado, al mirar –detenida y minuciosamente– a la chica que me ha atendido, no he podido evitar acordarme de mi reciente visita al museo Julio Romero de Torres de Córdoba. De haber tenido más tiempo, me hubiera gustado pintarla al óleo con un par de naranjas en la mano y menos ropa. Me ha conducido –la he seguido con la mirada fija ahí donde la espalda pierde su digno nombre– hasta la zona donde iba a lavarme el pelo. Me ha puesto –dócil yo– una bata que me ha anudado delante desde atrás y me ha ofrecido asiento. Tras lavarme el pelo –sonaba música magrebí que me ha hecho pensar en “El marido de la peluquera”– iba a aclarármelo pero, en lugar de eso, ha cerrado el grifo y me ha empezado a masajear la cabeza, que en ese momento ha dejado de pensar. La poca sangre que rondaba por ahí ha bajado en tromba hacia la entrepierna, que es la zona que piensa en estas situaciones, y me he congratulado por llegar ahí bien follado. Desde ese momento, el que estaba detrás era yo y ella, despeinada y con menos ropa, había tirado ya las naranjas, pero eso es otra historia.


(sugerencia de consumo)
Le Mari de la coiffeuse, de Patrice Leconte


miércoles, 27 de febrero de 2008

Lo que vieron mis ojos

Estaba mirando la calle, con la modorra que tras la comida ni siquiera puede aplacar el café, sin poder librarme de la sensación de déjà vu, pensando que "esto me recuerda a algo, esto ya lo he visto yo, pero no sé dónde...". La oficina está en un chaflán del ensanche de Barcelona, en un piso alto, de forma que veo toda la calle Balmes hacia arriba, ligeramente descentrada a la izquierda. Hoy está el día brumoso, ni siquiera nublado, pues no se ven las nubes. Es ese velo de humedad que satura el aire y lo cubre y difumina, terminando en un fundido en blanco sucio a lo lejos, donde las esquinas se ablandan y el perfil de la montaña se confunde con el cielo de un blanco opaco y luminoso, pero que no hiere al mirarlo. No sabría decir dónde andará el sol a estas horas. Las ramas de los árboles desnudos, alineados a lo largo de las calles que cruzan en perpendicular, superpuestas unas tras otras creando una trama de ramitas como de redes amontonadas, terminan por acentuar esta sensación brumosa, blanda, de colores pálidos y apagados. Los coches avanzan despacio calle abajo, con desgana, en silencio, casi como si resbalaran por el asfalto. Un ruido estridente, un grito, sonaría fuera de lugar en esta tarde endomingada.

Finalmente he recordado. La calle Balmes era el Boulevard Montmartre; mis ojos los de Camille Pissarro hace más de cien años.

Le Boulevard Montmartre, temps de pluie, apres-midi (1897) de Camille Pissarro

martes, 26 de febrero de 2008

Lo importante

–¡Mentiroso!
–Eso tú.
–No, tú más.
–¡Demagogo!
–¡Uy lo que me ha dicho! Pues anda que tú…
–Pues tú no veas…

Tras escuchar desde Babia el debate –dos monólogos cruzados– y hojear algún periódico, extraigo las siguientes conclusiones: La economía no está bien ni mal, sino todo lo contrario. La macroeconomía no se entiende. Las gráficas, cuando no sabes a qué se refieren, no se entienden. La educación en este país no está demasiado bien, pero podría estar peor. La vivienda en este país no está demasiado bien, pero podría estar peor. El empleo en este país no está demasiado bien, pero podría estar peor. Hace treinta años, el PSOE fue marxista y el PP se llamaba AP y eran fachas. No sé qué pensarán Acebes o el Federico al respecto, pero parece ser que no fue ETA. Parece ser que no, que España no iba a romperse, fue sólo una falsa alarma. No sé vosotros, pero cuando se mencionó el Hospital Severo Ochoa, sentí un estremecimiento en el lado oscuro de la Fuerza. Zapatero ha agredido a las víctimas de terrorismo, parece ser que tampoco fue ETA. Los artistas deben cobrar un canon porque son patriotas. Votemos a quien votemos, el futuro del país será maravilloso. Todas las niñas que nazcan en España, tendrán una mamá y un papá con trabajo y vivienda, ergo lo tengo crudo. ¿Alguna niña huérfana en la sala?

Ah sí, me olvidaba de lo más importante. Que el escritor cubano Antonio Orlando Rodríguez ha ganado el XI Premio Alfaguara de Novela. Mi enhorabuena.

sábado, 23 de febrero de 2008

La familia

Hoy ha habido reunión familiar. Tías, primos, madres, primas, hermanas, padres, sobrinos, hermanos y un perro, mezclado, no agitado. La parte de mis primos y primas, que tienen la virtud de reproducirse como conejos o medio-burgueses católico-apostólico-romanos, aportaban el grueso del pelotón, pues suman entre ocho y diez vástagos, ya perdí la cuenta. Una decena de cachorros humanos cargados de energía a punto de estallar y sin voluntad para impedirlo. Por esa razón, de un tiempo a esta parte, las reuniones comienzan a mediodía en el parque, “para que los niños se desfoguen”. Y mientras corretean, saltan, dan patadas a un balón, se cuelgan de las ramas, tiran piedras, se pelean con palos, juegan con globos de agua –en verano– o chapotean en los charcos, la sección familiar senior se sienta en los bancos al sol de invierno a charlar de sus cosas. Y ese es precisamente mi problema, que me hallo en medio, es decir, senior pero sin vástagos, y las cosas de las que charlan no son mis cosas. Y aunque conozco otras formas mejores para desfogarme, termino por corretear, saltar, dar patadas al balón, colgarme de las ramas, tirar piedras, pelearme con palos, jugar con globos de agua –en verano– o chapotear en los charcos. Y así estoy ahora, con agujetas hasta en las pestañas.


(sugerencia de consumo)
jugando con globos de agua

Narrativas (I). Mostrar o contar sentimientos

Existen dos formas de narrar los sentimientos, el carácter o las emociones de un personaje. Se puede trabajar con el concepto o con la imagen. Es decir, se puede contar o mostrar. Ambos son válidos, pero en literatura es más apreciado el segundo; hacerlo con imágenes. Se puede decir:

Pedro está muy triste.
Pedro no paraba de llorar.

Juan era muy pobre.
Juan vestía harapos, dormía en plena calle y no tenía para comer.

Hay que evitar usar las dos formas en un mismo texto, ser redundante. Además, puede provocar discrepancias entre la percepción del narrador y la del lector.

Para este relato, se escribieron doce sentimientos en doce papelitos, que fueron repartidos a suertes. A mí me tocó escribir uno en el que mostrara tristeza, aunque no salió demasiado bien.


A esa hora del recreo, el griterío y las risas infantiles provenientes del patio penetraban en el edificio de la escuela a través de las ventanas abiertas, diluyendo la sobria austeridad de las aulas. En el ambiente flotaba un calor húmedo y pastoso que mantenía en las palmas de las manos del profesor una desagradable sensación aceitosa, forzándolo a frotarlas inútilmente en las perneras de su pantalón. El monótono zumbido de un moscardón terminó por saturar su agobio y se dirigió hacia la ventana con la esperanza de airearse aunque fuera un poco. Abajo, los niños jugaban en grupos desordenados que corrían como enjambres tras el balón, pero manteniendo sus respectivos roles. Los gorditos Oscar y Borja ocupaban sendas porterías, mientras que Álvaro y Toni se erigían en líderes naturales encargándose de anotar goles. Se iba a levantar del alféizar cuando reparó en Quique, que encogido en un rincón a la sombra de la encina, parecía querer pasar inadvertido. Acomodó sus ojos a la umbría para observarlo con detenimiento. Quique era un chico muy reservado y callado, algo que, conociendo a sus padres, muy autoritarios, era de lo más normal. Estaba sentado sobre una piedra, a la que había extendido encima un pañuelo. Vestía una gruesa chaqueta, pantalón largo y calzaba unas relucientes botas oscuras. Sin duda inadecuado para esos primeros días de verano. Seguía sin perder detalle el desarrollo del partido que estaban jugando sus compañeros de clase, pero por algún motivo no quería participar en él.

En un lance del juego, el balón salió disparado hacia donde se sentaba Quique que, como empujado por un resorte, se lanzó a la carrera para detenerlo. Sin embargo, algo le hizo parar en seco. Dio toda la impresión de un niño al que regañan cuando lo sorprenden haciendo algo que sabe que está mal. El balón pasó de largo sin que llegara a detenerlo y un coro de gritos y burlas se elevó desde el patio hasta los oídos del profesor. Mientras, uno de ellos echó a correr para recuperar la pelota adelantando a Quique, que con los hombros encogidos y mirándose la punta de los zapatos, regresó a su refugio en la sombra. Los gritos todavía continuaron mientras Marco regresaba exhibiendo su virtuosismo con los pies. Se reían de su ropa y de que su mamá le había prometido una buena zurra si se la ensuciaba. Todo comenzaba a tener sentido para el maestro que seguía observando desde el alféizar. Vio como Quique acomodaba de nuevo el pañuelo sobre la piedra y se sentaba. Después se dedicó un rato a quitar el polvo de sus zapatos con las manos y finalmente con la manga de la chaqueta. Parecía que ni siquiera osara mirar hacia los chicos, que rápidamente se habían olvidado de él y seguían jugando. Se levantó, cogió el pañuelo y, dándole la espalda al grupo, pareció pasárselo por los ojos y la nariz. Iba a dejarlo de nuevo sobre la piedra, pero se detuvo un instante, se lo quedó mirando y lo dobló cuidadosamente para guardárselo en el bolsillo derecho de su chaqueta.

Se giró de nuevo hacia el patio y luego levantó la mirada justo hacia la ventana donde estaba el maestro observando. Le pareció una mirada perdida. Miraba pero sin ver y por un momento dudó que hubiera reparado en él, pese a que el sol iluminaba parte de su cuerpo sentado. Agachó de nuevo la cabeza y se dirigió hacia el interior del edificio de la escuela por el camino de grava, evitando así el suelo reseco y cubierto de polvo.

Narrativas

Dicen que el primer paso es admitirlo, así que: Señor doctor, soy un enfermo. Para ser más explícito diré que, más que enfermo, lo que ocurre es que tengo un vicio incurable. Y me he propuesto solucionar este problema. Si es incurable, hay que cambiar el enfoque, es decir, dejar de considerarlo vicio. Así lo he hecho. He convertido ese vicio en una obligación.

En resumen, que como no puedo dejar de escribir, a todas horas y en cualquier lugar, he resuelto apuntarme a una escuela de escritura. Así tengo la excusa perfecta para convencerme de que escribo por disciplina académica y no por vicio.

Hace unos meses que comencé, y esa es la razón por la que últimamente no aparecen apenas relatos publicados por aquí. Sigo escribiéndolos, pero para otros lectores. Sin embargo he decidido que también los publicaré aquí, con anotaciones. Estas no son más que la razón del relato; el porqué lo escribí así y no de otra forma. Ya que todos ellos están escritos siguiendo una serie de técnicas narrativas propuestas por el profesor del curso. Y para evitar excentricidades, empezaremos por el primero.

lunes, 18 de febrero de 2008

Miedo y rechazo

En los países civilizados el estado se reserva para sí, por norma general y bajo el eufemismo de seguridad, el monopolio de la violencia. Las llamadas fuerzas de seguridad o del orden, la policía vaya, es la encargada de ejercer ese monopolio. Esa ejecución debe realizarse bajo el amparo de las leyes, nunca al margen de ellas o de manera arbitraria, porque cuando ocurre eso, lo que debería ser autoridad y respeto se convierte en miedo y rechazo. Como viene sucediendo con demasiada frecuencia.

O como le oí comentar a un amigo catalanista, "quién nos iba a decir que los Mossos harían buena a la Guardia Civil".

jueves, 14 de febrero de 2008

San Valentín

miércoles, 13 de febrero de 2008

El gordito de la clase

Esta mañana he pasado frente a un colegio de primaria, justo cuando empezaban las clases. Frente a la puerta se formaban varios corrillos; otros se agrupaban alrededor de los bancos que hay bordeando los jardines. Grupos de chicos o de chicas, ninguno mixto. He pensado que ahora nadie se meterá con el gordito de la clase. Ya son muchos.

martes, 12 de febrero de 2008

La subasta

Pensar es malo, eso es algo que sabe todo el mundo. Por eso se está quitando la filosofía de las escuelas, para evitarnos ese trance. Tampoco se presta demasiada atención al porqué de las cosas; con saber el cómo ya basta. Así es más sencillo. Aprendemos que nos dan ya hecha una forma de resolver un problema y ya serán otros lo que se ocupen del porqué. Nos acostumbramos a que las fórmulas resuelvan los problemas, sin plantearnos nada más. La vida se simplifica mucho. Una preocupación menos para nosotros. Nos hemos convertido, sobretodo, en personas maleables. Partiendo de esta base, la propaganda es mucho más sencilla. Se dice que cada vez somos más exigentes, pero no es cierto. Somos, si acaso, más caprichosos, tenemos más dónde elegir y menos con qué gastar. Pero somos de fácil conformar.

La publicidad está reglamentada, de forma que nos protege frente a malas artes comerciales. La más común es la publicidad engañosa, que es aquella que induce a error, oculta información, es errónea o falsa. La letra pequeña que limita o excluye lo que ofrece; la no disponibilidad del servicio prometido, etc. Todos los anunciantes están sometidos a esta reglamentación. Pero es muy sencillo engañar a quien no piensa, sin incumplir la ley. Lo que no entiendo es por qué las promesas de los partidos políticos, sean o no en periodo electoral, pero sobretodo durante éste, están exentas de esta legislación. Por qué no se le pueden rendir cuentas a un político, más que votándolo o dejando de hacerlo. No me parece justo. Y ya no digo ético, porque la ética murió hace tiempo. Ética política es un oxímoron.

Todavía no hemos entrado en la vorágine de la campaña electoral, pero hace meses que ha empezado la subasta, la feria de charlatanes ofreciendo el remedio infalible. El quién da más. Llega un punto que hasta me entran arcadas ante tanta desfachatez, ante ese tratarnos como imbéciles. Basta leer la prensa para sentirse así. Dirigen sus mensajes justo debajo del vientre, ahí donde los extremos se juntan. Nos dan dinero a manos llenas, trabajo para todos y más felicidad. Apuntan con el dedo a los culpables de nuestros males; culpable que mañana puede que sea yo. Da lo mismo derecha que izquierda, progresista que conservador; se confunden sindicato y patronal en este lodazal, pues todos adoran a la misma diosa plusvalía, beneficio o cualquiera que sea el nombre que adopte en cada momento. Quieren ganar para ganar ellos, para pagar las deudas contraídas para alcanzar el poder. Y para tal fin mienten, falsean, exageran, calumnian, adulteran, engañan y lo hacen cada vez con mayor desvergüenza, con absoluta impunidad pues saben que nada puede pasarles, que nadie les demandará por ello. Y que el estado de desencanto, estrecheces y frustración es tal, que ni siquiera hay ganas de rebelarse contra toda esa mierda. Ahora el audaz ya no muda en héroe para enfrentarse a nadie. Ahora se va, emigra, pide una beca y ya no regresa, dejando que este país se vaya hundiendo en sus propios lodos. Nadie hará nada, esto no es Francia ni es el sesenta y ocho. Nadie levantará la voz, y quien lo haga estará tan solo que será ignorado, se le hará el vacío. Ni siquiera será reprimido. Qué peor castigo que ese.

Tampoco yo haré nada, para qué. Me voy alejando del discurso político igual que los políticos se han alejado de la vida cotidiana. Eso sí, seguiré ejerciendo mi derecho a voto, pero con infinita desilusión y desazón. Supongo que algún día, quizás cuando mi voto en blanco se una a otros hasta obtener un porcentaje sensible, alguien de esa clase gobernante piense que se ha alejado demasiado de nosotros. Pero ni eso veo probable.

lunes, 11 de febrero de 2008

Calçotada

A media tarde del domingo vinieron los dueños de la masía. Siempre salgo para saludarlos y charlar un rato, a contarles lo bien que se está en la casa ¡y lo bonita que es! Sí, sí, es muy bonita, dice ella. A ver si así se acuerdan de mí en la herencia, pienso yo. Mientras que él trajinaba por la zona habilitada como explotación ganadera, yo charlaba con la señora, encogida de frío dentro de su abrigo largo hasta los pies. Bajita y enjuta, con un rostro surcado de arrugas que delatan su carácter risueño, me explicaba que les vienen a abandonar gatos en la masía, pero que a ella no le importa, siempre y cuando le cacen los ratones. Y estaba preocupada porque no llueve. Que miran la previsión del tiempo cada día como si con ello fueran a provocar las lluvias, pero ni así. Por eso este año no pondrán tantos maceteros con flores. Incluso él está pensando en no plantar hortalizas en el huertecillo que hay junto a la entrada. Sería una lástima, pues tiene unos pimientos y unos tomates extraordinarios. Sabrosos y carnosos como ya no se encuentran en las tiendas. Y mientras me explicaba todo esto, yo me preguntaba si en los campos de golf que hay más arriba tendrán la misma prudencia que ellos con el gasto de agua. Agua que, por cierto, ningún habitante de la comarca bebe debido a la alta concentración de purines.

Antes de eso, durante el fin de semana, nos hemos dedicado a comer, beber, dormir y demás ociosidades, que no es baladí. La masía convertida en una delegación de la ONU, demostrando que la buena mesa y el vino sin recato es un gran aglutinador. Quizás deberían plantearse en la ONU las próximas reuniones en un restaurante. Ahí estábamos una pareja italiana de Roma, un francés, un galaico-francés (mejor así, que si digo franco-gallego me imagino a un botijo con bigotillo inaugurando pantanos) y una serie de catalanes de adopción o nacimiento con acentos que van desde el central de Osona hasta el periférico del sur de la capital. Ah, y una gata que pasaba por ahí para dejarse arrullar a cambio de jamón y paté. Tras acabar pringados de salsa romesco y carbonilla en cara y manos, y chorreando hasta los codos de comer los calçots de pie y en la calle, no sé qué impresión se habrán llevado de nuestras costumbres bárbaras. Pero sienta bien retroceder de tanto en tanto a esta barbarie que es recoger leña, encender fuego y asar carne para comer más allá de la gula. Se compensa por la barbarie diaria de no ver las estrellas, respirar aire contaminado, soportar ruidos y no ver más que asfalto y hormigón.

asando calçots

Asando calçots

Ya de vuelta a Barcelona, un amigo que trabaja en una de las grandes constructoras de este país, me contaba que esto del ladrillo ya no es lo que era. Y como ejemplo me puso un piso de una sola habitación, en un barrio de Barcelona, que de pedir casi trescientos mil lo habían bajado a doscientos veinte mil. No lo han rebajado, de dije. Lo han vuelto a dejar a su precio tras una época de pedir sobreprecios alegremente financiados por los bancos. Él asintió, puso en la radio la información del tráfico y la apagó indignado, tras constatar que estábamos en un atasco que oficialmente no existía.

También pudimos constatar que los almendros sí que existen y ya están en flor. Además, dicen que va a llover, aunque no mucho. Creo que la señora seguirá preocupada y sin poder plantar flores en sus maceteros.

jueves, 7 de febrero de 2008

De campo

Este fin de semana me voy al campo. O al pueblo, no sé. Me voy a una masía aislada, pero cerquita del pueblo. Vaya, lo que se viene a llamar turismo rural entre los urbanitas. Vamos básicamente a comer y beber, que es una excusa tan buena o mejor que cualquier otra. Y entre otras viandas, la razón principal, la que da título al fin de semana y le confiere un áura especial, es que vamos a comer calçots. Resumiendo. Este fin de semana, me voy de calçotada aquí:

Masía


Habrá fotos, amenazo.


(sugerencia de consumo)
Going Up The Country, de Canned Heat en Woodstock

miércoles, 6 de febrero de 2008

Ósmosis

Si cogemos una ciruela pasa y la sumergimos en un líquido, por ejemplo agua, la ciruela pasa absorberá ese agua hasta terminar hinchada casi como si la acabáramos de coger del árbol. Eso es debido a que la membrana que recubre la ciruela, su piel vaya, es semiporosa. En el interior de la ciruela existe menos presión que en el exterior, donde está el agua. Por tanto, a través de esa membrana, van pasando las moléculas de agua hasta equilibrar la presión, que será antes o después en función de su flexibilidad. Eso es también lo que ocurre, a nivel microscópico, con las células, y es una de las bases de la vida tal como la conocemos. Por el contrario, si sometemos a más presión a la ciruela, por ejemplo inyectándole agua, la expulsará hasta que vuelva a equilibrarse dicha presión. Lo uno se llama ósmosis y lo otro ósmosis inversa.

Me lo explicaron en la escuela, hace un montón de años, y lo hicieron tan bien –era una buena maestra– que lo aprendí por comprensión y no por memorización. Es por eso que hoy sigo recordándolo. Saqué un sobresaliente en biología, ya ves tú.

Pues eso mismo, exactamente lo mismo, es lo que le ocurre a nuestro corazoncito. Que es semiporoso y deja entrar cualquier sentimiento, ya sea bueno o malo, sin distinción. Pero si se lo somete a demasiada presión acaba por saturarse y no sólo no deja entrar nada más, sino que puede llegar a expulsarlo de mala manera. Y que con el tiempo, esa membrana cada vez es menos flexible. Cosas de la edad, ya saben.

Me rindo

Comprendí que debía jubilarme cuando mis alumnos de 4º de la ESO me dijeron a las claras que ni entendían ni les gustaba la poesía de Antonio Machado.

CONSTANTINO CHAO MATA - Betanzos, A Coruña - 03/02/2008


Carta al director publicada en El País

martes, 5 de febrero de 2008

Poesía

Aprovechando la tribuna que es la ceremonia de los Premios Goya, Julio Fernández, presidente de Filmax, soltó una arenga trufada de inexactitudes y falsedades, en la que equiparaba descargas de internet con piratería y piratería con pederastia o terrorismo, conminando a las fuerzas del orden a luchar contra ella al margen incluso de la legalidad vigente. Y todo por el bien de la Cultura, así con mayúsculas.

Hoy, Julio Fernández, presidente de Filmax, ha sido acusado por la fiscalía del desvío de 50 millones de euros, estafa que le puede suponer de seis a ocho años de cárcel, al muy pederasta. Espero que esos seis u ocho años los pase en una celda, acompañado de un sodomita tamaño armario empotrado.

No es habitual, y quizás es por ese motivo que a veces la justicia tiene algo de estética y poesía, sobretodo cuando los hechos se encadenan en el orden adecuado.

Rompecabezas

Lo decía el protagonista de aquella obra cumbre del cine almibarado y ñoño: La vida es como una caja de bombones. Si algo saqué en claro de esa película fue que para ser feliz, lo mejor es ser imbécil. No pensar demasiado y, sobretodo, dejarse llevar y no fijarse ningún objetivo. Pero la vida, para mí, nunca ha sido como una caja de bombones. Hasta la adolescencia fue algo bastante lineal, sin apenas ramificaciones. Lo veía como uno de esos planos del metro, en la que cada una de las estaciones eran aquellos sucesos que más o menos me habían marcado, mientras que ante mí se alineaban otras tantas, que iban a ser los hitos de mi vida futura.

Pero ahora no, eso ya pasó. Ahora mi vida se ha convertido en un rompecabezas, en un puzle. No tendría por qué ser un problema, lo sé. Sólo es cuestión de paciencia y tiempo armarlo. La paciencia será la que cada uno tenga, mientras que el tiempo es toda una vida. Toda nuestra vida para ir armando nuestro particular rompecabezas. Sin embargo, a mí, cuando me dieron el puzle, en la caja había una imagen que no se correspondía con las piezas. Era un bonito paisaje que me creí y del que me obsesioné, pero que al empezar a encajar piezas vi que era falso, que me habían engañado. Y yo quiero mi puzle, quiero mi bonito paisaje.

Ante eso sólo caben dos opciones. Una es tirar la caja y resignarse a construir el puzle que nos tocó en suerte. Y yo pienso que eso es resignación, pero son muchos los que se sienten agradecidos por tener un rompecabezas que montar. Supongo que si uno se abstrae y no piensa en ese bonito paisaje, al final, por tratarse de algo hecho a base de esfuerzo, hasta consigue sentirse satisfecho. Eso es lo que yo intenté durante un tiempo. Pero siempre regresaba a mi memoria la imagen de la caja, al tiempo que mi esfuerzo no se veía recompensado, pues el resultado no me gustaba. Desistí. Desde entonces que estoy intentando construir ese bonito paisaje a partir de esas feas piezas que me tocaron en suerte. Y así estamos, intentando encajar piezas que se repelen, limando aquí, recortando allí, puliendo, ajustando. Supongo que eso es la frustración.


(sugerencia de consumo)
Cursed Diamond en directo de The Black Crowes

viernes, 1 de febrero de 2008

Regresa, esa voz...

Si a tres discos en cinco años, dos con material nuevo y uno con versiones en directo, le añades después un largo silencio de 11 años, uno concluye que debe tratarse de un grupo muy poco prolífico. Pero si son autores de temas tan buenos como Sour Times, Glory Box o It's a Fire, anuncian un disco nuevo para este mes de abril y, encima, van a actuar en Barcelona en el festival Primavera Sound, pues uno hasta les puede perdonar todos estos años de espera.


(sugerencia de consumo)
Sour Times de Portishead, en directo