martes, 12 de febrero de 2008

La subasta

Pensar es malo, eso es algo que sabe todo el mundo. Por eso se está quitando la filosofía de las escuelas, para evitarnos ese trance. Tampoco se presta demasiada atención al porqué de las cosas; con saber el cómo ya basta. Así es más sencillo. Aprendemos que nos dan ya hecha una forma de resolver un problema y ya serán otros lo que se ocupen del porqué. Nos acostumbramos a que las fórmulas resuelvan los problemas, sin plantearnos nada más. La vida se simplifica mucho. Una preocupación menos para nosotros. Nos hemos convertido, sobretodo, en personas maleables. Partiendo de esta base, la propaganda es mucho más sencilla. Se dice que cada vez somos más exigentes, pero no es cierto. Somos, si acaso, más caprichosos, tenemos más dónde elegir y menos con qué gastar. Pero somos de fácil conformar.

La publicidad está reglamentada, de forma que nos protege frente a malas artes comerciales. La más común es la publicidad engañosa, que es aquella que induce a error, oculta información, es errónea o falsa. La letra pequeña que limita o excluye lo que ofrece; la no disponibilidad del servicio prometido, etc. Todos los anunciantes están sometidos a esta reglamentación. Pero es muy sencillo engañar a quien no piensa, sin incumplir la ley. Lo que no entiendo es por qué las promesas de los partidos políticos, sean o no en periodo electoral, pero sobretodo durante éste, están exentas de esta legislación. Por qué no se le pueden rendir cuentas a un político, más que votándolo o dejando de hacerlo. No me parece justo. Y ya no digo ético, porque la ética murió hace tiempo. Ética política es un oxímoron.

Todavía no hemos entrado en la vorágine de la campaña electoral, pero hace meses que ha empezado la subasta, la feria de charlatanes ofreciendo el remedio infalible. El quién da más. Llega un punto que hasta me entran arcadas ante tanta desfachatez, ante ese tratarnos como imbéciles. Basta leer la prensa para sentirse así. Dirigen sus mensajes justo debajo del vientre, ahí donde los extremos se juntan. Nos dan dinero a manos llenas, trabajo para todos y más felicidad. Apuntan con el dedo a los culpables de nuestros males; culpable que mañana puede que sea yo. Da lo mismo derecha que izquierda, progresista que conservador; se confunden sindicato y patronal en este lodazal, pues todos adoran a la misma diosa plusvalía, beneficio o cualquiera que sea el nombre que adopte en cada momento. Quieren ganar para ganar ellos, para pagar las deudas contraídas para alcanzar el poder. Y para tal fin mienten, falsean, exageran, calumnian, adulteran, engañan y lo hacen cada vez con mayor desvergüenza, con absoluta impunidad pues saben que nada puede pasarles, que nadie les demandará por ello. Y que el estado de desencanto, estrecheces y frustración es tal, que ni siquiera hay ganas de rebelarse contra toda esa mierda. Ahora el audaz ya no muda en héroe para enfrentarse a nadie. Ahora se va, emigra, pide una beca y ya no regresa, dejando que este país se vaya hundiendo en sus propios lodos. Nadie hará nada, esto no es Francia ni es el sesenta y ocho. Nadie levantará la voz, y quien lo haga estará tan solo que será ignorado, se le hará el vacío. Ni siquiera será reprimido. Qué peor castigo que ese.

Tampoco yo haré nada, para qué. Me voy alejando del discurso político igual que los políticos se han alejado de la vida cotidiana. Eso sí, seguiré ejerciendo mi derecho a voto, pero con infinita desilusión y desazón. Supongo que algún día, quizás cuando mi voto en blanco se una a otros hasta obtener un porcentaje sensible, alguien de esa clase gobernante piense que se ha alejado demasiado de nosotros. Pero ni eso veo probable.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Eres un purista. El mundo es imperfecto. Siempre.

(Te recomiendo un libro: "Rubicón" de Tom Holland.)