lunes, 9 de junio de 2008

Rutinas

Se sentará a la mesa que queda en el rincón y saciará su sed en vino. Una sed atávica y perenne curtida en los surcos de su piel reseca; una sed de haberse partido el lomo y la vida en los secanos de sol a sol. Llenará hasta la mitad su vaso con ese vino fuerte y espeso que nace de los terruños áridos y del sol implacable, y con manos temblorosas lo rebajará con un poco de agua fresca. Pero sólo hasta que se ponga el sol, pues es bien sabido que andar bebido cuando todavía es de día debe ser pecado, y si no lo es, igualmente no es correcto. Y toda la tarde y después la noche seguirá con el vino, que es lo que beben los que se saben solos, que es un estar mucho más solo del que sólo está solo, pues el que se sabe solo alguna vez no lo estuvo. Y no será hasta que el dueño del bar lo despierte, justo antes de bajar la persiana, que levantará sus huesos de la silla de formica y se alejará calle abajo, tambaleante y solo, sin ninguna melodía de borracho en los labios, hacia su casa.

1 comentario:

Celia dijo...

el vino lo cura todo
el resfriado
el dolor de cabeza
las penas
y la falta de ideas.