martes, 26 de agosto de 2008

Así da gusto

Para ir a Logroño debemos encomendarnos a un incierto cambio de tren en Miranda de Ebro y aún así llegaremos a las diez de la noche sin la certeza de encontrar un hotel. A Burgos es directo y llegamos a las siete y media, en la guía tenemos una lista de hoteles de esta ciudad y además el cansancio comienza a hacer mella, conque el cambio de planes en el último momento nos parece de lo más razonable. Y qué coño, ¡que en Burgos también se tapea de fábula!

Catedral de Burgos


La última vez que estuve en Burgos estaban rehabilitando la catedral. La recordaba magnífica, eso sí, pero de piedra negruzca y llena de andamios. Hoy la fachada luce un sorprendente tono arenisco que a más de uno le dará por pensar que se han pasado con la limpieza de cutis. Está claro que la memoria visual es muy poderosa y que ante un cambio tan notable lo normal es despertar suspicacias, pero como yo soy de los que piensan que cuando a uno le gusta su trabajo, por fuerza que lo hace bien, no seré quien ponga en duda el trabajo de los restauradores. Eso sí, con este cambio en la catedral ha cambiado el centro de Burgos, pues de ser gris y oscuro, muy medieval en el sentido que le da nuestro imaginario, ahora ha pasado a ser claro y luminoso. Afortunadamente lo que no ha cambiado es el buen hacer en los fogones de los bares de tapeo (“La mejillonera” sigue siendo magnífica y sus bravas insuperables) y restaurantes. O si lo ha hecho, ha sido para mejor… excepto en uno, pues qué chasco con “La cabaña”. En mi memoria estaba rebosante de gente intentando encontrar un hueco por el que colarse hasta la barra, sus bravas eran magníficas, la morcilla y los tigres extraordinarios y el servicio atento y eficiente, y me he encontrado con un local desangelado (debí sospechar al verlo tan vacío), con un par de camareros incompetentes, una jefa con malas pulgas y una cocinera moviéndose a cámara lenta; la morcilla estaba buena, eso sí, porque es lo mínimo que se le puede exigir a un bar burgalés, pero el resto que pedimos para olvidar (de hecho ya lo he olvidado) y los tigres ni siquiera los probé, pues ninguno de los dos camareros fue capaz de recordar mi comanda (sólo lo hicieron a la hora de cobrar). Lo dicho, una verdadera lástima. Así que para borrar el mal sabor de boca, la noche siguiente hemos ido a cenar a tiro fijo al Don Nuño (el Asador de Aranda se alejaba del presupuesto), donde casi me saltan las lágrimas ante la hiperbólica pierna de cordero asado que me he metido entre pecho y espalda, precedida por una sopa castellana y regada con un reserva de Arzuaga, con colofón de postre de la abuela, que es como nuestro mel i mató (a saber, queso fresco con miel y nueces) pero con queso de Burgos en lugar de requesón.

pinchos de la casa


El último día, tras pagar la cuenta del hotel y antes de tomar el tren que nos llevará a Tudela dando una vuelta por Vitoria y Pamplona (los trenes estaban sin plazas y hemos tenido que combinar un par de regionales), hemos aprovechado las escasas dos horas que teníamos libres y, armados con una guía de las mejores tapas de Burgos que lamentablemente hemos descubierto demasiado tarde, nos hemos lanzado a la caza de la delicatesen minimalista con excelentes resultados para el paladar. Así da gusto.

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