jueves, 30 de octubre de 2008

La otra mitad

No soy especialmente pesimista, pero sí de esas personas que ven la botella medio vacía. A no ser, claro está, que sea de vino y la otra mitad la haya vaciado yo.


(sugerencia de consumo)
en vinilo (otra vez) suena Bottle Of Red Wine de Derek & The Dominos

miércoles, 29 de octubre de 2008

Sigue lloviendo

Con las manos hundidas en los bolsillos he entrado al abrigo de la panadería, que me ha recibido con olor a pan caliente. Afuera el termómetro de la farmacia marcaba esos escasos diez grados y seguía lloviendo. Si damos por cierto que el otoño dura lo que tarda en llegar el invierno, convendremos que este otoño ha sido fugaz, visto y no visto. Todavía no hace tres semanas que íbamos en manga corta y hoy he salido de casa revestido con cuatro prendas de manga larga, calcetines y zapatos de invierno. En mi terraza el mercurio no llegaba a los diez y seguía lloviendo. De todos modos, y pese a tener los pies helados, prefiero este tiempo al desconcierto de ver a las castañeras sudorosas en sus casetas vestidas con una bata sin mangas, asando castañas y boniatos junto a la caseta de los helados.

En la panadería he comprado un cruasán que todavía estaba caliente, he pagado y al devolverme el cambio, la panadera, una chica joven, menuda y pizpireta de pelo castaño claro, ha retirado la mano con un gesto brusco al tocar la mía. “¡Qué manos más frías!” ha exclamado. Y se ha echado a reír. Al abrir la puerta de la panadería para salir, el acogedor olor a pan se ha hecho jirones entre ráfagas del viento frío y cargado de humedad de la calle, donde seguía lloviendo. Me hubiera quedado ahí dentro, cobijado entre hogazas de pan a resguardo de este invierno prematuro.



(sugerencia de consumo)
November Rain de Guns N' Roses, todo un clásico

Con el atardecer me iré de ti

Decía Sabina que las amarguras no son amargas cuando las canta Chavela Vargas. Pero fíate tú de un tipo como el Sabina...

domingo, 26 de octubre de 2008

Todo se va a la mierda

Estaba buscando este vídeo, cuando he visto que los de Shackleton la han vuelto a liar.


(sugerencia de consumo)
Todo se va a la mierda, de The Leman Brothers

sábado, 25 de octubre de 2008

Solos

Bajas la escalera y antes de llegar al rellano del tercer piso escuchas un distraído ruido de llaves entrando en la cerradura, un ruido de llaves que se interrumpe de repente dentro de un puño. Cruzas el rellano, pasando por delante de la puerta cerrada del tercero primera, sabiendo –lo sabes, notas los ojos clavados en tu nuca– que el vecino te observa a través de la mirilla, esperando que desaparezcas escalera abajo. Llegas al portal y te cruzas con la señora del primero, dejas caer un saludo de cortesía –que será un buenos días, pero podría haber sido un conciso hola o un trillado qué día más feo, porque en realidad ni te has dado cuenta de que la saludabas–, pero ella guarda silencio mientras observa con atención los remitentes del correo que acaba de sacar del buzón, simulando no haberte visto.

Sales a la calle y la señora del primero llama al ascensor, contrariada porque tendrá que esperar que a baje desde el tercer piso. Con la mano agarrando el tirador, se impacienta por la lentitud con que se abre la puerta interior. Sale de dentro el vecino del tercero dando un empujón a la puerta, gruñe una disculpa, y se precipita hacia la puerta de la calle azorado por la sospecha de que lo habrá visto hurgándose la nariz ante el espejo. Justo en ese momento accede al portal la vecina del ático, el hombre se sonríe –se imagina abalanzándose sobre sus pechos desnudos–, saluda con un buenos días que le sale desafinado, demasiado agudo, ella sonríe y él agacha la cabeza sonrojado con la sensación de ridículo clavada en la espalda.

La vecina del primero maniobra a empellones con el carrito de la compra para poder cerrar la puerta del ascensor antes de que llegue la vecina del ático. La vecina del ático ha recogido el correo antes de salir, pero vuelve a abrir el buzón para ganar tiempo y no tener que compartir ni siquiera un piso de trayecto con la vecina del primero.

Por la noche todos conectarán su ordenador y mandarán y recibirán correos. Escribirán comentarios en blogs y páginas personales de gente que no conocen. Flirtearán en chats con personas que están a cientos o miles de kilómetros de distancia. Cada uno en su casa, encerrados, a oscuras. No conocen a la gente que les rodea, ni les interesa. Sólo les molesta. No saben ni quieren saber si el vecino del tercero tiene problemas sentimentales, o si la chica del ático acaba de perder a un familiar muy querido, o la vecina del primero está agobiada por las deudas, o al vecino del cuarto esta tarde lo han echado del trabajo.

Un día el vecino del tercero quizás asesine a su pareja, y todos dirán qué raro, con lo amable y buen chico que parecía. Y otro día quizás la vecina del primero decida suicidarse. Y para ello se encierre en la cocina, a oscuras, con la cabeza apoyada sobre la puerta abierta del horno y el olor dulzón del gas entrando en sus pulmones. Y ya nadie les pregunte nada cuando la prensa llegue al lugar del siniestro y sólo encuentre escombros humeantes y un sillón colgado en un rincón de lo que fue el salón del ático.

viernes, 24 de octubre de 2008

Los maniseros

Anoche era el concierto inaugural de la edición número cuarenta del Festival de jazz de Barcelona y, para ser sincero, no se me ocurre mejor arranque que el de ayer: con Bebo y Chucho Valdés sentados frente a sendos pianos.

El Auditori estaba atestado de público y apestado de autoridades, que son esos personajes que suelen ocupar las mejores butacas sin pagar. Por tratarse del cuarenta aniversario, el director del festival nos torturó durante demasiado tiempo con un soporífero discurso leído con voz monótona y monocorde, tal cual un escolar prepúber leería la lección frente a una clase, que hizo cabecear a más de uno. Tras el suplicio, se anunció la entrega de la medalla de oro del festival al incombustible Bebo Valdés, que fue recibido con todo el auditorio puesto en pie aplaudiendo con toda el alma. Y es que a Bebo se le quiere mucho por estos lares.

¿Qué puedo contar sobre lo que vino después? Hace un par de semanas, en su concierto en Barcelona, Bunbury acertó a apuntar como mala costumbre no llevar sombrero, porque eso te impedía quitártelo cuando fuera necesario. Y anoche hubiera sido necesario, porque fue grande, brillante, emotivo… Volvieron a sonar sus clásicas "El manisero", "Siboney", "La negra Tomasa", "La comparsa" o "Lágrimas negras" y también nos regalaron son, bolero y blues, fugaces fragmentos de Bill Evans, de "El vuelo del moscardón" o de "La danza del sable". Y cerraron con Bebo solo en el escenario interpretando el adagio de "El concierto de Aranjuez" del maestro Rodrigo. He tenido el enorme privilegio de verlos actuar en tres ocasiones, y no me canso nunca de repetir. Tantas veces como vuelvan a Barcelona, tantas que iré a que me regalen su música, su alegría contagiosa y su sentido del humor. Pero ahora, lo mejor que puedo hacer es callar y que seáis vosotros mismos quienes juzguéis si acaso exagero.

Os dejo con Bebo y Chucho Valdés, tocando a cuatro manos en el primero de los tres bises de la noche.

viernes, 17 de octubre de 2008

Noche de comer castañas

Estaba en casa cuando ha descargado una magnífica tormenta sobre Barcelona. Más que una lánguida lluvia otoñal, esta tenía la furia de las que descargan a finales de agosto o primeros de septiembre, de gruesos goterones que redoblaban contra los cristales de la ventana. Cuando ha cesado una espesa bruma se extendía hasta el horizonte de Collserola, cubierta a media altura por pesadas nubes de todas las tonalidades del gris. Ha sido entonces cuando he pensado que esta es la noche ideal para cenar en el sofá castañas y boniatos asados, con una copita de moscatel, mientras vemos una película en blanco y negro.

Cuando regresaba de la bodega con la botella de moscatel, he pasado por delante de una vieja y desangelada tienda de segunda mano que hay cerca de casa. Tienen desde cámaras antiguas (o directamente viejas) hasta discos de vinilo. Ha sido esto último lo que me ha obligado a detenerme. Pasaba por delante cuando, por el rabillo del ojo, he visto en el escaparate un viejo vinilo de Leño. Acercarme ha sido la perdición. Junto a este estaba el single de “El garrotín” de Smash. Y al lado otro single de Màquina!, y otro de Cerebrum, y uno de Pegasus y… Y he tenido que entrar.

Al final he sido prudente y sólo me he llevado uno. Un vinilo. O mejor dicho, el vinilo. El mejor disco español de todos los tiempos.
Y en vinilo. Ahí es ná. Y si no que se lo pregunten a mi madre.

Acabo de darle la vuelta; ahora suena la cara B. Es lo bonito que tienen los vinilos, que requieren todo un ritual de gestos cuidadosos, una interacción por parte de quien los escucha. Porque los vinilos se escuchan, no como ocurre a veces con los CD que te olvidas de ellos. De un vinilo no te puedes olvidar; tiene movimiento ligeramente ondulante, la aguja cruje y al final hay que darle la vuelta. O cogerlo con cuidado y meterlo en la funda.

Voy a cortar las castañas.

Por cierto, ahora suena esta.


(sugerencia de consumo)
Lucía de Joan Manuel Serrat (cara B de Mediterráneo)

miércoles, 15 de octubre de 2008

Tusitala

En el año 1889 Robert Louis Stevenson se instaló en Samoa, donde vivió hasta su muerte cinco años después, a la edad de cuarenta y cuatro años. Los habitantes de esas islas lo conocían como Tusitala, que significa "el que cuenta cuentos". ¿Puede haber nombre más bonito?

'Stevenson y su mujer' retratados por John Singer Sargent (1885)

'Stevenson y su mujer' retratados por John Singer Sargent (1885)

¿Existe mejor promoción que la prohibición?


Pues parece que los voceros de los obispos, la infame TeleEspe y otros mojigatos medios de comunicación de Madrid no lo ven así. Intuyo que es un problema de falanges, porque la publicidad de Women'secret, por ejemplo, o de Lise Charmel no tiene estos problemas con la censura. Aunque comentan incluso que se les traba la lengua con la palabra "ninfómana", algo que, dados los malos tiempos que corren con la educación en este país y tratándose de una esdrújula de cuatro sílabas, hasta se les puede excusar. El gremio de vendedores de cilicios y los productores de bromuro han sido los primeros en lamentar esta medida.
Y mientras tanto, aquí se explayan con la noticia y aquí se contienen. ¡Cómo me gustan los periódicos cuando escriben para almas de cántaro!

domingo, 12 de octubre de 2008

¿Quién no lo recuerda?

La lección aprendida

El flujo de la Historia, los ciclos, el refranero, los mitos, la voz experimentada, la llamada sabiduría popular al fin, no nos sirve de nada; nada hemos aprendido de ella porque no es sino a toro pasado que tenemos conciencia de su verdadero y más profundo significado. Es entonces cuando decimos ahora lo entiendo. De nada nos sirven los aprendizajes ajenos porque hasta que no nos pegamos la hostia en primera persona, no aprendemos la lección.

viernes, 10 de octubre de 2008

La peste

Llegando a la mitad del S.XIV Europa fue asolada por una devastadora pandemia de peste, reduciendo su población en un tercio. Penetró al continente por Venecia y Génova, agazapada a la sombra de las bodegas de barcos fantasma que venían de oriente próximo y atracaban en esos puertos con toda la tripulación muerta, con el cuerpo cubierto por sanguinolentas pústulas. Y tal como llegó se fue, pues la única arma que tenían en esa época era la fe, que se reveló insuficiente frente a la suciedad y falta de higiene que campaba a sus anchas por las ciudades medievales. Suciedad, ignorancia y miseria siempre han sido buenas aliadas. Ahora sabemos que la peste la contagiaron las ratas, y que con un mínimo de higiene y aislamiento el coste en vidas hubiera sido mucho menor.

En pleno S.XXI, otra epidemia se ha empezado a extender rápidamente desde EEUU, con epicentro en Wall Street, llegando a afectar directamente a todo el continente europeo y buena parte del asiático e indirectamente al resto. La propagación también ha sido a través de los puertos, o de su equivalente actual. En lugar de la suciedad, en esta ocasión el caldo de cultivo ha sido la opulencia y la codicia, aunque también ha crecido y se ha propagado por un desmedido exceso de fe. Sabemos cuáles son las ratas que la están contagiando; sabemos donde viven y de qué se nutren. Pero en lugar de cortarles la cabeza de un tajo nos dedicamos a alimentarlas con el mejor idiazábal para que sigan extendiendo la epidemia.

Lo del S.XIV fue ignorancia, por lo que es disculpable, pero lo de ahora es simple y llanamente estupidez perversa con el agravante de la alevosía. Y eso no tiene ninguna defensa.

'Let them eat crack' de Bansky

'Let them eat crack' de Bansky

miércoles, 8 de octubre de 2008

Dos visiones sobre la crisis





Anoche, durante la cena, mi padre me contó que un amigo suyo había sufrido un infarto hacía unos días, y aunque el susto ya no se lo quita nadie, afortunadamente había salido del hospital por su propio pie.
Unos meses antes de ingresar de urgencia, el principal objetivo de este hombre en lo referente a su trabajo era pasar el año que le faltaba hasta su jubilación lo más tranquilamente posible en su despacho de la central del banco para el que trabaja desde hace tres décadas. Pero una llamada “desde arriba” mandó al garete sus nobles pretensiones: debía ocuparse de una oficina de una ciudad del extrarradio que acumulaba un número alarmante de créditos impagados. Y hacia allá que se fue.
Los primero días fueron agotadores, de mucho papeleo para ponerse al corriente de la delicada situación que atravesaba la sucursal. Fichaba antes de las siete, apenas si tenía tiempo para comer y cenaba hacia las once de la noche lo que su mujer le recalentaba. Además los fines de semana se llevaba trabajo a casa. Resultado: La tensión arterial se le disparó, apenas podía dormir y adelgazó varios quilos. Pero lo peor, la clave de todo el follón todavía estaba por llegar. Una mañana, estando en su despacho sepultado por papeles, le pasaron un cliente que venía a pedir un crédito.

– Buenos día caballero, siéntese. Me dicen que desea usted pedir un crédito.
– Así es, señor director.
– Su nombre, por favor.
– Fulano.
– Bien señor Fulano, ¿de qué importe estamos hablando?
– Ah, pues no lo sé. Lo que usted me quiera dar.

Esa respuesta disparó todas las alarmas del director circunstancial, aunque procuró mantener la compostura y sólo se permitió arquear una ceja. Tras unos segundos en los que por su mente cruzaron los peores presagios atinó a balbucear:

– ¿Perdón?
– Sí, que cualquier cantidad ya me va bien.
– Pero… vamos a ver –respondió procurando no perder la calma–. ¿Para qué quiere el dinero? Porque estamos hablando de un crédito al consumo supongo. ¿Se va a comprar un coche? ¿Unos muebles? ¿Algún electrodoméstico quizás?
– No, es para ir tirando ¿sabe usted? Las otras veces que he venido pedía dinero y el señor que se sentaba ahí me preguntaba cuanto necesitaba. Y unos días me daba cinco mil, otros dos mil. Depende.
– Las otras veces… –escalofrío–. Disculpe, me puede dejar su libreta un momento.

Y mientras consultaba su cuenta, el cliente seguía explicándole que vino con los papeles en regla por un contrato, pero que desde hacía un año estaba sin trabajo, sin subsidio del paro y sin papeles, y que sin los papeles no podía encontrar otro trabajo, y que se había ido a vivir a casa de una prima porque tampoco le llegaba para el alquiler, que iban tirando con el dinero que le daba el señor tan amable que se sentaba antes ahí y… Y mientras, la pantalla del ordenador le informaba al director circunstancial que al cliente se le habían concedido cinco créditos en un año por un total de quince mil euros. Créditos que obviamente no iban a ser devueltos.

miércoles, 1 de octubre de 2008

Las grandes obras imperfectas

Escogía La metamorfosis en lugar de El proceso, escogía Bartleby en lugar de Moby Dick, escogía Un corazón simple en lugar de Bouvard y Pécuchet, y Un cuento de Navidad en lugar de Historia de dos ciudades o de El Club Pickwick. Qué triste paradoja, pensó Amalfitano. Ya ni los farmacéuticos ilustrados se atreven con las grandes obras, imperfectas, torrenciales, las que abren camino en lo desconocido. Escogen los ejercicios perfectos de los grandes maestros. O lo que es lo mismo: quieren ver a los grandes maestros en sesiones de esgrima de entrenamiento, pero no quieren saber nada de los combates de verdad, en donde los grandes maestros luchan contra aquello, ese aquello que nos atemoriza a todos, ese aquello que acoquina y encacha, y hay sangre y heridas mortales y fetidez.


2666
La parte de Amalfitano
Roberto Bolaño