viernes, 31 de julio de 2009

Música para bañarse en un lago

Ya tengo la mochila preparada, en cuatro horas estaré volando hacia Helsinki. Mañana a esta hora es probable que esté nadando en el lago frente a la cabaña de madera donde pasaré la próxima semana. Tranquilidad, silencio y bonitos paisajes junto a mi arquitecta de cabecera, que ya ha trazado la ruta de Alvar Aalto que seguiremos. ¿Qué más puedo pedir? Bueno, sí, quizás algo de vino, pero me temo que ahí habrá poco y será caro. Y música, eso ha sido lo más difícil. Los libros ya los tenía decididos desde hace días: “El mal de Montano” de Vila-Matas y “El siglo de las luces” de Carpentier. Pero hacer una selección de la música que me llevaré en mi ipod ha sido complicado por los muchos sacrificios. Al final, al margen de los intocables Miles Davis, Bill Evans, John Coltrane, Thelonious Monk, Jimi Hendrix, Tom Waits, Leonard Cohen, Serrat o Calamaro, he incluido un Puccini con Pavarotti y otro con la Callas, algunos rusos como Rimsky-Korsakov o Borodin por aquello de que estamos a tiro de piedra de San Petersburgo, las Variaciones Goldberg por Glenn Gould –¿por quién sino?-, “El amor brujo” de De Falla cantado por Ginesa Ortega por si me entra la morriña y un Don Giovanni de Mozart dirigido por Claudio Abbado.

En la mochila no he olvidado la libreta. Haremos un diario de viaje a cuatro manos –¿o se dice a dos manos y a cuatro es sólo para el piano?- con fotos y dibujitos y la mirada puesta en “Los autonautas de la cosmopista”. Quién sabe, igual acaba convertido en una desaconsejable guía de viaje.

Un caballero

Sir Bobby Robson y Carmen Sevilla


Hoy ha muerto Sir Bobby Robson, probablemente mejor persona que entrenador, pero sin duda todo un caballero inglés de la vieja escuela. Que la tierra le sea leve.

miércoles, 22 de julio de 2009

Por el parque

En el parque grupos de niños y niñas juegan a perseguirse con globos llenos de agua, se escuchan chillidos y risas y correteos y más risas y chillidos por doquier. Las baldosas alrededor de la fuente están empapadas y aquí y allí estallidos de agua han constelado el suelo de charquitos y salpicaduras. El sol se pone tras los edificios que nos rodean e inunda una esquina del parque con la luz canalizada por una calle que desciende desde lo alto del Guinardó. Una pantalla digital alterna las ocho y media de la tarde con los treinta sofocantes grados; la humedad ambiental hace el resto. Una chica muy joven y guapa y viceversa conversa animada por teléfono apoyada en una baranda metálica, tras un panel publicitario. A pocos metros un grupo de chicos de su misma edad, sentados sobre el respaldo de un banco, la miran con mal disimulo y comentan entre ellos con expresión de qué barbaridad. Una niña sale corriendo perseguida por dos niños armados con sendos globos hinchados de agua y se esconde tras el panel publicitario. Los niños la alcanzan y vacían sus globos y el grito ya no es de la niña ni de los niños. Entre risas, la chica muy joven y guapa se mira la camiseta empapada, la camiseta blanca y el calor y el verano ya se sabe sin sujetador y ahora empapada y transparente que se pega a su piel, que dibuja unos pechos morenos de sol y hermosos y llenos de juventud con los pezones endurecidos por el repentino e inesperado baño. Los niños salen corriendo entre risas y perdón no te hemos visto y los chicos se levantan del banco entre expresiones de júbilo y gratitud sin límites para postrarse a sus pies a reverenciar a la bella diosa mojada, que se cubre los pechos con los brazos, la cara encendida, y entre risas intenta retransmitir lo que ha sucedido a su interlocutor. Servidor que ya no tiene edad para andar reverenciando a flores tan tiernas se guarda las ganas de unirse al grupo de adoradores, aunque sonríe y le guarda secreta gratitud.

martes, 21 de julio de 2009

Unos minutos de publicidad

Mis gustos musicales son raramente compartidos y pese a ello, o precisamente por esta razón, abandero una especie de cruzada personal con el fin de encaminar por la senda del buen gusto a la gente que me rodea que, ingratos ellos, no sólo no me agradecen esta tarea digna de encomio sino que debo soportar constantes e infundadas quejas, cuando no injurias. Pero no estoy solo, desde que descubrí Spotify que se ha convertido en mi aliado.

Por otra parte –ahora os explico la correlación- detesto la playa, no soporto el calor sofocante, los mojitos me producen arcadas garrapiñadas y la última y más terrible resaca que recuerdo fue producto de un exceso de ron Brugal (espacio patrocinado), y pese a todo, cuando he visto que esta marca de ron ha organizado un concurso consistente en hacer una lista en Spotify con mis diez –¿sólo?, he exclamado- canciones favoritas, no he dudado en participar. El premio: un viaje para dos personas a la República Dominicana. ¿Te gustaría ir a la República Dominicana? ¿Para qué –me ha respondido ella- para pillar un buen melanoma? A ella le gusta la playa tanto como a mí pero, eso sí, le da al mojito cosa mala si está bien mezclado. Es decir, que el premio nos la trae floja: Todo se reduce a una cuestión de ego presuntuoso. Si fuera a Cuba, todavía…

El problema ha sido reducir mi primera lista de veinticinco canciones que ya incluía sensibles amputaciones. Sí, detesto hacer listas cerradas y las pocas ocasiones que me he aventurado a citar mis diez principales, siempre he hecho trampas para colar algunos más mientras lamentaba los que me dejaba en el tintero. Y eso que en Spotify no están ni los Beatles ni Pink Floyd ni, ¡válgame Dios, Led Zeppelin! De hecho, en el caso que nos ocupa, esta desagradable ausencia me ha facilitado la tarea, aunque ya me dirás.

Regreso de los cerros de Úbeda. La lista es esta. ¿Por qué?

  1. 1. Hey Joe de Jimi Hendrix porque la primera vez que la escuché me dejó temblando. Y todavía hoy. La lista de la música que no habría sido sin Hendrix es tan extensa que no cabría en este post.
  2. 2. Like a Rolling Stone de Bob Dylan por lo grande de la canción y por los huevos que tuvo Dylan de romper con todo lo que se había creado a su alrededor sin él haberlo pedido. Y porque el mismísimo Mick Jagger reconoció en cierta ocasión –refiriéndose a Like a Rolling Stone- que la mejor canción de los Stones era de Dylan.
  3. 3. Gimme Shelter porque los Rolling Stones tampoco eran mancos precisamente. Y si tengo que elegir una mañana, quizás sea otra. Hay abundantes clásicos dónde elegir.
  4. 4. Crossroads de Cream en directo. La discografía de Clapton es tan prolija que todavía ahora dudo de si esta es la que más me gusta, aunque sin duda es una versión brutal del clásico de Robert Johnson.
  5. 5. With a Little Help From My Friends, en la version de Joe Cocker de la pequeña composición de los Beatles, quienes reconocieron que su canción había mejorado con creces. Y porque a este hombre no le hace falta ser guapo ni tener buena voz para cantar como el mejor, es más, hasta se permite gesticular sobre el escenario como un epiléptico borracho sin que nadie se atreva a poner en duda su enorme talento.
  6. 6. Roadhouse Blues de The Doors por la sencilla razón que la incluía siempre en mis grabaciones en cintas de 90 minutos, antaño. Un temazo.
  7. 7. Vicious de Lou Reed que, vete tú a saber por qué, siempre me he sentido identificado con esta canción. Tanto que, vicioso que es uno, la llevo como tono en el móvil, ya ves tú.
  8. 8. Jersey Girl, porque se la escuché a Springsteen (cosas de la edad) y descubrí a Tom Waits. Y porque me hizo llorar pese a que la chica no fuera de Jersey.
  9. 9. Famous Blue Raincoat de Leonard Cohen. Punto.
  10. 10. Lover, You Should’ve Come Over de Jeff Buckley porque cada vez que la escucho se me pone la piel de gallina. Porque el bueno de Jeff no se merecía ese final. Porque nosotros nos merecíamos que no se fuera tan pronto.


votar En este país no se vota ni en las generales, ya lo sé...

Y esto (con imperdonables ausencias) es todo. Por el camino se quedaron Mistreated de Deep Purple, Cross Eyed Mary de Jethro Tull, Ball And Biscuit de The White Stripes, I Put A Spell On You de los Creedence, Kozmic Blues de Janis Joplin, por no hablar de Sin Documentos de Los Rodríguez, Flaca de Calamaro, El Rescate de Bunbury, Mediterráneo de Serrat y un largo etcétera del que he obviado el jazz. Si finalmente gana esta lista, entre los votantes se sorteará un magnífico lote consistente en una botella de Odysseus (viñedos de Ithaca, Priorat) y dos copas tipo Burdeos.

lunes, 20 de julio de 2009

En casa ajena

Y la casa era grande e inquietante como el delirio de unas fiebres, cruzada de pasillos y esquinas muertas, sembrada de puertas que se cierran de golpe por las corrientes y habitaciones de paso y dormitorios con dos entradas o dos salidas donde no hay sosiego y se sueñan pesadillas porque ya me dirás por qué dos puertas una a cada lado y sin una sola ventana, que más que dormitorio es un pasillo ancho. Y a todas horas crujir de madera y baldosas que bailan y rechinan y otro portazo pero por la noche en silencio todavía peor, por la noche en las pesadillas todos los invitados a la fiesta pasan por el dormitorio, pasan junto a la cama donde tú intentas dormir, porque es un pasillo y no un dormitorio y en la pesadilla estás despierto y te enfadas y les reprochas que crucen por tu dormitorio y ellos no hace falta que te pongas así, que no pasa nada porque crucemos por aquí, sólo es un momento y no puedes dormir, en tu pesadilla no te dejan dormir hasta que te despierta otro portazo y el amanecer entra a través de la puerta acristalada que se abre a una galería de ventanales a levante, y ya no podrás dormir más y el gallo te encontrará con los ojos cansados y abiertos de par en par, pegado a tu sudor en las sábanas.

jueves, 16 de julio de 2009

Sus exposiciones

Tiene la convivencia con una persona que se dedica a organizar exposiciones de arte algo de santidad que no es fácil. No te convierte en un mártir, pero sí que requiere de cierta paciente comprensión por tu parte, porque suele darse con frecuencia entre el gremio de organizadores de exposiciones de arte cierta tendencia a la obsesiva dedicación y no hay día que no se lleven trabajo a casa. Un día son los planos de la cosa en sí, lo que ellos convienen en llamar el espacio expositivo, que no es más que la sala donde distribuirán sus cachivaches. Y te los muestran y exigen una opinión crítica, mientras expectantes tamborilean con los dedos sobre la mesa, cuando no directamente una aprobación sin la fatal sombra de un inoportuno titubeo. Otro día vendrán con unas galeradas del catálogo que inmortalizará la exposición para mayor gloria del comisario. Se pasarán la noche con su rotulador fluorescente marcando párrafos y después te lo leerán y te dejarán sin cenar ni siquiera un yogur. Son hasta capaces de pedirte, sin ningún rubor, una opinión acerca de la tipografía o del papel, aspectos estos que escapan por completo a tu capacidad de análisis y te limitarás a oh, ah, qué bonito. Cuando aparecen con una carpeta repleta de fotografías bajo el brazo es otra cosa, porque a ti siempre te ha gustado mirar fotos, y si no que le pregunten a la tía Amparo que siempre que vas a visitarla, con el café y las pastitas saca el álbum de cuando eras chico y qué te voy a contar. Pero otras veces la exposición es sobre el barroco italiano y llegas cansado a casa y el espejo del recibidor está oculto bajo un tapiz de un artista veneciano del S.XVII aficionado a las escenas de batallas de caballería, y el tapiz es tan grande que también es alfombra y no puedes abrir del todo la puerta no se vaya a arrugar. Y te acercas a la cocina donde ella prepara los canapés y le das un beso, te quitas la chaqueta y la cuelgas del brazo levantado, como queriendo agarrar algo que no se muestra, de la escultura de mármol de Bernini que te impide coger una cerveza de la nevera, lo cual te obliga a beber agua del grifo con la sed que tienes y lo mala que es. Y le reprochas con razón que cómo se le ocurre meter ahí, en la cocina, una estatua de Bernini, pudiendo dejarla en el baño que luce más, y además precisamente hoy que has invitado a toda la familia y ella te mira condescendiente sin responder, como recordándote que no es culpa suya que tengas una familia tan aburrida y convencional como para sorprenderse por estas minucias. Y cuando sales a la terraza es lo peor ya que la mesa está en un rincón porque el centro lo ocupa una fuente de Borromini que para mayor escarnio no tiene agua y desentona por completo con los enanitos de jardín que te regaló las navidades pasadas precisamente la tía Amparo, que justo acaba de llegar y qué dirá. Y lo que dice, con la experiencia que otorgan muchas alfombras, es que esa que tenemos en el recibidor es muy sucia, pero que ella sabe de una espuma seca que es mano de santo.

lunes, 13 de julio de 2009

La divina proporción

La tan repetida solución arquitectónica de la doble columna entre la que se inscribe un punto de acceso o entrada principal a un espacio, hoy tan justamente denostada si bien sigue aplicándose en algunas construcciones de discutible gusto estético, principalmente en fincas de –paradojas de la vida- ricos empresarios de la construcción o deportistas de precaria formación académica y peor autoestima, es cierto que tuvo su justificación formal y estructural en la época clásica (y obviamente en su repetición renacentista dos mil años después) debido a los materiales de que se disponía. Hoy en día, con la disponibilidad de novedosos materiales constructivos, ya no es así, pues son los materiales los que deben definir las formas y no al revés. Son los materiales los que nos permiten liberarnos del corsé de las formas ortodoxas de equilibrio estructural para dejar caer este peso –valga la metáfora- en su propia resistencia (sirva como ejemplo la celebérrima “Casa de la cascada”, aunque aquí se le fuera un poco la mano al bueno de Frank y se mostrara demasiado optimista respecto a la resistencia del hormigón armado). Así pues, todo lo demás, ya sean columnas o frisos, es ornamental y por tanto innecesario (véase “Ornamento y Crimen” de Adolf Loos o, para profanos en la materia, “El Manantial” de King Vidor con un soberbio Gary Cooper secundado por la bellísima Patricia Neal).

Sin embargo, tanto en arquitectura como en cualquier otro arte y oficio, es aconsejable alejarse de posicionamientos radicales. He planteado el ejemplo típico de la figura ornamental de la puerta de entrada inscrita en una doble columna, pero no olvidemos que todavía hoy (y espero que por muchos años) existe una forma, cuya existencia es fundamental, basada en esta doble columna. Y hago hincapié en esta palabra: fundamental, pues no es solamente una función estética, que también y vaya si lo es, sino también y sobre todo estructural. No es concebible esa entrada, ya sea frontal o trasera, sin la estructura de las dos columnas que la sostienen. Véase a modo de ejemplo clarificador la figura 1 al final del artículo.

Obviamente la solución debe guardar unas formas y proporciones (véase “De Architectura” de Vitruvio) para que, además de funcional, sea bella y armónica. Sin duda el arquitecto no debe excederse en la tentación de rematarla con un capitel demasiado voluminoso (véase en la figura 1, segmento a-b y b-c, que guarda una proporción de 1 a 6, es decir, que debe ocupar sólo una sexta parte de la longitud total de la columna), pues el conjunto se resiente irremediablemente. El fuste debe ser liso o aterciopelado, con cierta ondulación en sus formas (jamás recto), dejando la mitad superior algo más ancha que la inferior (véase los segmentos paralelos que arrancan en e y f) y toda la columna (esto es importante, pues de lo contrario puede echarse a perder la armonía del conjunto) debe reposar sobre una basa que será la parte más estrecha de la pieza. Por último, la entrada debe estar en el eje de simetría (véase el punto d inscrito en la circunferencia) del conjunto.

La divina proporción

-Figura 1-

domingo, 12 de julio de 2009

Rostros

Esta mañana (mediodía ya), en el MNAC, miro las fotografías de la Guerra Civil disparadas por Robert Capa y Gerda Taro, el amor entre trincheras. Descubro que me detengo en los rostros anónimos de los milicianos en el frente de Aragón; rostros enjutos, sucios y mal afeitados, pero todavía esperanzados. Mis dos abuelos estuvieron ahí y de alguna forma los busco. Sin embargo sé que es en balde, que busco algo que no sé que cara tiene, pues los rostros que guardo en mi memoria son muy posteriores, son rostros de abuelos de pelo canoso que ya nada guardan de aquellos jóvenes que perdieron sus ilusiones y sus vidas luchando con alpargatas en una guerra que nos partió por la mitad y de la que todavía no nos hemos recuperado. Algunas de estas ventanas abiertas a un pasado no tan lejano me dan ganas de llorar, pero el pudor.

Robert Capa: Ctra. Tarragona a Barcelona (15-1-1939)


15 de Enero de 1939, la guerra llegando a su fin. En la carretera de Tarragona a Barcelona los refugiados huyen ante el avance de las tropas rebeldes. Robert Capa escribe: "Una mujer mayor, aturdida, camina en círculo alrededor de su carreta. Sobrevivió a un ataque aéreo que mató a todo su grupo, incluyendo a su perro y dos mulas."

Salimos evitando la desolada escalinata principal con el sol de mediodía cayendo a plomo, callejeando por las aceras de sombra del Poble Sec. En Poeta Cabanyes nos esperan un lenguado y unos pulpitos de playa a la plancha acompañados de un vino blanco del Penedés, que bien frío se agradece y ayuda a levantar el ánimo abatido tras el horror de la exposición.

Ya por la noche, en la terraza de casa, un vino de Rueda del Marqués de Riscal –única concesión que le permito a mi alma republicana- con fondo de fuegos artificiales termina por borrar las sombras de esa guerra que conozco más por silencios que por relatos.

jueves, 9 de julio de 2009

Justicia poética

“En esta época del año, existe mucha gente que todavía no ha decidido dónde irá de vacaciones –ahí le doy la razón: yo mismo- y que cuando vean en sus televisores pasar el Tour por la ciudad dirán: mira, por qué no, Barcelona es un bonito lugar para visitar”. Eso es lo que decían el Alcalde y los varios consellers para justificar el dispendio de un millón de euros que ha –dicen- costado hacer pasar a los mejores ciclistas del mundo por nuestras calles. Parece una buena inversión para una promoción que verán cientos de millones de potenciales turistas de chancla y calcetín, de paella precocinada y cerveza, ávidos de melanoma y ansiosos por gastar ingentes sumas de divisas en sombreros mexicanos, camisetas de Messi y figuritas de Lladró. Es nuestro sino. En Barcelona hace tiempo que dejaron de hacerse las cosas para sus ciudadanos; se hacen para los turistas, precios incluidos. La han convertido en una puta con exceso de maquillaje que exhibe sus encantos y ocultas sus vergüenzas.

Pero, oh justicia poética, nuestros sabios administradores de la cosa pública quisieron olvidar un detalle, quizás por aquello de que se trata de ese detalle que no aparece en los folletos publicitarios ni en las películas subvencionadas a Woody Allen: Que en Barcelona, cuando llueve, llueve con ganas. Y así ha sido. La ciudad ha amanecido con un negro capote de nubes bajas y cargadas, con una humedad que permitía ir a comprar el pan nadando. Y a eso de las diez ha comenzado a descargar una lluvia que en pocos minutos se ha convertido en torrencial. A media tarde ha dejado de llover, pero el capote negro no ha recogido velas.

En efecto, cuando los cientos de millones de potenciales turistas de chancla y calcetín ha visto la ciudad cómodamente sentados en el sofá de sus casas habrán pensado: “Uf, quita, quita, ¡Qué tiempo más malo!”.

El Tour de Francia a su paso por Barcelona

El Tour de Francia a su paso por Barcelona

Ejemplar tipo de guiri

Ejemplar tipo de guiri en plena exaltación patriótica



(sugerencia de consumo)
La bicicleta de Xesco Boix

lunes, 6 de julio de 2009

6 Toros 6

Dicen los que lo denostan que es un espectáculo cruel y brutal, rancio, indigno y vergonzante que nos degrada a la barbarie, mientras que quienes lo defienden ven en él la esencia misma del arte, belleza y poesía en movimiento, la materia con que se ha pintado, desde Goya hasta Picasso, desde Lorca hasta la Piquer, la cultura y el arte en este país. De los primeros había frente a la plaza una veintena armando bronca como quinientos; de los otros veinte mil. Para gustos, colores. A mí personalmente me parece un arte bello y cruel, poético y brutal. Y dada mi tendencia a ponerme del lado de las causas perdidas y al de qué se trata que me opongo, lo defenderé mientras quieran prohibirlo en Barcelona, ciudad esta que llaman antitaurina pero que bastaba ver el lleno de esta tarde en la Monumental para que uno descubra la falacia.

José Tomás en la Monumental de Barcelona



Hoy, cuando el sol se ponía tras el Tibidabo tiñendo de sangre las pocas nubes que colgaban sobre la arena, seis toros y cinco orejas han abierto la puerta grande de la Monumental de Barcelona para sacar a José Tomás en hombros. Según sus propias palabras, de una plaza se sale así o con los pies por delante.