viernes, 28 de agosto de 2009

La droga de escribir

"Escribir es como drogarse, se empieza por puro placer, y acabas organizando tu vida como los drogados, en torno a tu vicio. Y ésa es mi vida. Hasta cuando sufro lo vivo como un desdoblamiento: el hombre está sufriendo, y el escritor está pensando en cómo aprovechar este sufrimiento para su trabajo."


António Lobo Antunes

jueves, 27 de agosto de 2009

Dudas placenteras

Hace un par de días lo discutía; con ella pero sobre todo conmigo mismo.

epicúreo, a.
(Del lat. epicurĕus).
3. adj. Entregado a los placeres.

hedonista.
3. adj. Que procura el placer.

Todavía no tengo demasiado claro si soy hedonista o epicúreo. De hecho sospecho que soy un epicúreo por la vía del hedonismo.

Sylvaner, modelo para armar

Hacía tiempo, mucho tiempo, que le tenía ganas. Desde luego no algo obsesivo, sino más bien ese tipo de deseo latente que sólo se materializa en cuanto vuelves a tropezarte con él.

Mi deseo nacía aquí, desde que:

“Y ya en la cadena de preguntas: ¿Por qué después de entrar en el restaurante Polidor fui a sentarme en la mesa del fondo, de frente al gran espejo que duplicaba precariamente la desteñida desolación de la sala? Y otro eslabón a ubicar: ¿Por qué pedí una botella de Sylvaner? (Pero esto último dejarlo para más tarde; la botella de Sylvaner era quizá una de las falsas resonancias en el posible acorde, a menos que el acorde fuese diferente y contuviera la botella de Sylvaner como contenía a la condesa, al libro, a lo que acababa de pedir el comensal gordo.)”
(…)
“…el libro o la condesa, la imagen de Hélène, la aceptación de ir a sentarse de espaldas en una mesa del fondo del restaurante Polidor. (Y haber pedido una botella de Sylvaner, y estar bebiendo la primera copa del vino helado en el momento en que la imagen del comensal gordo en el espejo y su voz que le llegaba desde la espalda se habían resuelto en eso que Juan no sabía cómo nombrar…”
(…)
“…y de lo que había pasado en Viena en el Hotel Rey de Hungría, pero todo era en última instancia la condesa y finalmente la imagen dominante había sido la condesa, tan clara como el libro o la frase del comensal gordo o el perfume del Sylvaner).”
(…)
“…en una viviente constelación aniquilada en el acto mismo de mostrarse, una contradicción que parecía ofrecer y negar a la vez lo que Juan, bebiendo la segunda copa de Sylvaner, contaría más tarde a Calac, a Tell, a Hélène, cuando los encontrara en la mesa del Cluny, y que ahora le hubiera sido necesario poseer de alguna manera…”
(…)
“Sirviéndose otra copa de Sylvaner, Juan alzó los ojos hasta el espejo. El comensal gordo había desplegado France-Soir y los títulos a toda página proponían el falso alfabeto ruso de los espejos.”

62/ Modelo para armar
Julio Cortázar

Sylvaner Alsacia Domaine Weinbach


Así que hoy, aprovechando que he pasado por la "Vinacoteca" de la calle Valencia, y con la excusa de que teníamos algo importante que celebrar, he comprado un par de botellas de vino blanco. Un Sylvaner “Domaine Weinbach” y un Riesling, ambos –¿hay otros?- alsacianos. Ya veis, mi criterio no es que sea demasiado profesional; digamos que elijo vinos literarios sin importarme demasiado si el autor tiene criterio. Lo que Cortázar no apuntaba en su novela era el maridaje, pues el beodo de Juan hace como yo mismo muchas veces y se bebe metódicamente el vino en ausencia de sólidos. Así que he improvisado, y de alguna forma la intuición me ha dicho que acompañando una merluza en salsa verde con almejas quedaría de lo más resultón. Creo que he acertado en cuanto al Sylvaner. El Riesling lo reservo para el sábado, que caerá un arroz de marisco. Aunque mi conocimiento de los vinos es bastante intuitivo (y no siempre acertado), así que si alguien tiene a bien sugerir un acompañamiento más adecuado…

Por cierto que mientras cocinaba la merluza sonaba...


(sugerencia de consumo)
el mítico Straight, No Chaser de Thelonious Monk, en el 69, en vivo en París

martes, 25 de agosto de 2009

Hiperbólica aritmética

Poco antes de que el autobús llegara a la parada, la mujer se ha levantado de su asiento y como un resorte todas las miradas, tanto femeninas como masculinas, se han concentrado en su hiperbólica anatomía de pornostar de los noventa apenas cubierta por un breve short blanco, que se adhería a su cuerpo como una segunda piel y ofrecía a través de su fina tela una nítida visión de la estrecha cinta del tanga surgiendo entre dos rotundas nalgas que coronaban sendas piernas largas, morenas y torneadas. El vestuario lo completaba una camiseta de tirantes, también blanca, que apenas si conseguía sostener el impetuoso vaivén al que la estaban sometiendo los desbordantes pechos que asomaban a ambos lados tal que globos sometidos a presión. De pie frente a las puertas, sujetándose en una barra, la mujer hiperbólica ha echado una rápida mirada por el autobús, disolviendo el escrutinio directo al que estaba siendo sometida, que ha pasado a disimulado soslayo. “¿Alguien se ha fijado si era guapa?”, ha querido saber un hombre que ni siquiera podría asegurar si calzaba zapatos o iba descalza.

Ya en la calle, la mujer hiperbólica se ha encaminado taconeando con paso firme y decidido hacia la esquina, provocando a su paso tres tortícolis, dos dolorosas dislocaciones de vértebras cervicales, un bolsazo de una señora a su marido con resultado de pérdida de la dentadura postiza que, fatalmente, ha caído entre las rejas de una alcantarilla y la sustracción de varias carteras por parte de un profesional carterista de mano ágil y discreta, de esos que lastimosamente ya no quedan, que ha aprovechado la distracción general para hacer su agosto precisamente en agosto.

Girando la esquina, la mujer hiperbólica se ha perdido en la penumbra del semisótano que ocupa desde hace más de cinco décadas –tres generaciones ya, oiga- la ortopedia del barrio. De pie frente al ortopeda, nieto del fundador, que vistiendo una impoluta bata blanca con el nombre bordado en el pecho, “Ortopedia Magriñá”, atiende al otro lado del mostrador con profesional indiferencia, la mujer hiperbólica se ha subido la concisa camiseta hasta el cuello, liberando de su precario encierro unos pechos gloriosos que han aprovechado la ocasión que se les brindaba para rebotar un par de veces y relajarse entre ligeros temblores.

–Mire –le ha espetado a modo de reproche al indiferente señor Magriñá nieto, que observaba sin inmutarse-. Los pezones se tuercen hacia fuera.

El hombre ha rodeado sin prisas la protección del mostrador, se ha colocado frente a la señora despechugada y con la seguridad que dan años de experiencia, ha sopesado con ambas manos los prodigiosos pechos, los ha amasado, presionándolos suavemente, pellizcado y tirado de los pezones hacia sí. A continuación, desde el fondo del bolsillo de su bata ha aparecido una regla graduada de cuarenta centímetros, que ha usado para medir la distancia entre pezones, la cual ha trasladado a su calculadora científica y, tras aplicar varias fórmulas a base de senos y cosenos, ha concluido que tenía razón la señora hiperbólica, que se abrían los pezones hacia fuera.

–Déjemelos aquí para calibrarlos –le ha solicitado a la señora mientras garabateaba un recibo.
–¿Me los tendrá para el viernes? Los necesitaré para una despedida de soltero –ha inquirido ella, algo inquieta por cumplir con su cita profesional.
–No se apure –ha replicado el indiferente señor Magriñá nieto mientras le entregaba el recibo-. Los tendrá listos el jueves por la tarde, perfectamente calibrados y con la presión revisada, que la he notado un poco baja.

La mujer hiperbólica ha guardado el recibo en el bolso, se ha quitado los pechos depositándolos sobre el mostrador con los pezones hacia arriba –que sintiendo un escalofrío se han endurecido- y ha abandonado la ortopedia.

miércoles, 12 de agosto de 2009

La luz

La luz, toda la culpa es de la luz, de sus matices, de sus reflejos sobre la quieta superficie del lago, de su soltura para descomponerse hacia todos los colores posibles. Estoy repitiendo una y otra vez la misma foto a distintas luces del día, a distintas horas de esta luz. Y no me canso aunque sé que después tendré una amplia colección del mismo lugar, pero no del mismo paisaje. Con esta luz, más que agua parece un lago de mercurio, una lámina ni líquida ni sólida, un fluido denso que se ondula pausadamente y transforma esta luz con tal intensidad que uno ya duda si no será el cielo un reflejo del lago. Dan ganas de reír y de gritar de tan hermoso que es.


Jyväskylä, cinco de agosto de 2009, al anochecer.

el lago (noche ártica con nubes)


el lago (amaneciendo)


el lago (nublado)


qué hay ahí...


el lago (atardecer con nubes)


el lago (ocaso)


el lago (noche ártica)