jueves, 10 de septiembre de 2009

Mi Werlisa

Casi cada semana ceno en casa de mis padres, una especie de ritual auto impuesto que ellos no permiten que olvide y que, de alguna forma, sirve como diezmo a mi poca predisposición a atender el teléfono durante los siete días siguientes. En su casa, repartidas entre armarios y altillos, mis padres todavía guardan un sinfín de cosas mías (juguetes que da lástima tirar, libros infantiles, cuadernos de la escuela, etc.) y de entre todas ellas una de mis joyas más preciadas, que con frecuencia había pensado en recuperar y que invariablemente olvidaba cuando cenaba con ellos. Hasta hoy, que lo primero que he hecho al entrar ha sido ir a mi antigua habitación, abrir el último cajón del armario y coger mi vieja cámara, la primera cámara de fotos que tuve, una preciosa Werlisa LED de 38mm, regalo de una de las primeras navidades de la década de los ochenta. Todavía hoy recuerdo la emoción que sentí al tocar con mis manos, al tomar con temor reverencial esa cámara mientras atendía a las explicaciones de mi padre, que ya por esa época tenía una “de las buenas”. Junto a la cámara, en el mismo paquete había un carrete “Ilford” de doce exposiciones “en blanco y negro mientras aprendes, que es más barato”.

El poder de evocación de ciertos objetos es muy intenso, tanto que esta noche cuando he vuelto a tener en mis manos esa vieja cámara he sentido esa lejana emoción, he regresado a esa mañana festiva en la que el niño que fui tomaba entre sus manos un juguete que ya era de persona mayor y que, por tanto, debía tratar como tal. Y si no que le pregunten a Proust con sus magdalenas.

Mi Werlisa

1 comentario:

Celia dijo...

es tan bonita, y está taaaan bien cuidada!!!
me muero de ganas de sacarla a paseo!