miércoles, 14 de octubre de 2009

Patética vecindad

Mis vecinos están en crisis. Ella se acaba de instalar definitivamente –este fin de semana se trajo al perro y las cremas– y ya están en crisis. Ella –mi ella– ya lo anunció: son muy diferentes –dijo-, una pija de tacones altos y perrito faldero con una especie de neojipi al que le sienta muy mal eso de llamarla cariño o amor no puede ir bien. Y sin embargo no esperaba que fuera tan pronto. Pero sí, ahí está ella con sus lloriqueos de la señorita pepis; unos lloriqueos secos, sin lágrimas, de esos que arrancan en una larga agonía en el fondo de la garganta y acaban en un berreo ininteligible de reproches, pero que no son más que una patética forma de decir hazme caso, hazme más caso del que me estás haciendo, hazme todo el caso pues yo debo ser la única cosa que te importe. Y así están, él intentando ya no comprender, sino entender esos murmullos entrecortados que en realidad son así porque no tiene nada razonable que decir, y ella lloriqueando y berreando y lamentándose “cómo hemos podido acabar así” mientras que yo espero que acaben, pero que acaben de una puta vez y me dejen dormir en paz.

Lo peor de todo es que seguirán así hasta las tres y después se pondrán a follar. Porque a él tanto le da esta que otra, pero ya que esta le ocupa la cama tendrá que hacerse el chico tierno y comprensivo durante un rato, mientras que ella no puede ir a ninguna otra parte sin sus cremas. Y será un folleteo largo e insulso que acabará por hastío y sin orgasmo. Y entonces será cuando yo me cabree y… ¿Soy el único que ha soñado con tener un kalashnikov?

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